lunes, 4 de mayo de 2009

ANDANZAS DE FEDERICO MORE - CARTA DE UN DESESPERADO por Federico More


Lima, 7 de junio de 1935

Señor don Víctor Raúl Haya de la Torre.

Hoy, Día del Ejército, Día de Arica, día de gloria entre los días peruanos más gloriosos, no debiera ser el más indicado para escribirle a usted que no ama nuestras proezas militares y que piensa en el «compañero soldado» sólo para incitarlo a la rebelión. Pero los acontecimientos, la dolorosa ironía de los acontecimientos, han querido que hoy me toque escribirle a usted esta carta.

Se la escribo, para decirle a usted, una vez más -deseo que no sea la última vez- cuán graves daños le ha causado usted al Perú. No se figure usted que voy a hablarle de la sandez doctrinaria del Apra, ni de la inmoralidad de sus dirigentes, ni de la inconsciencia de sus prosélitos multitudinarios. No. Todo eso lo callarnos por sabido.

Le escribo para decirle que sobre la acción pública de usted, tan breve y tan luctuosa, tan efímera y tan infortunada, pesan dos cargos mortales. Ha suprimido usted a los rebeldes y ha creado asesinos. A los grupos de hombres libres y activos los ha reemplaza­do usted con bandas de fascinerosos. La lucha política la ha conver­tido usted en una pavorosa aventura judicial. Ya en el Perú no hay gobiernistas y opositores. Hay delincuentes y víctimas. Ignoro si usted y sus amigos se dan cuenta del horror de este estado de cosas.

Si, por fortuna nuestra, no estuviera, hoy, a la cabeza del gobierno y al frente de los destinos del Perú un hombre sereno y respetable, un hombre honesto y respetuoso, un hombre tranquilo y firme como el presidente Benavides, nos mataríamos en las calles. Todos, compañero, andaríamos o con el puñal al cinto o con la carabina al hombro. Y de esto, es usted el único responsable.

Si hubiese usted logrado corromper a los hombres y convertir en asesinos a varones de treinta años, acaso le perdonásemos su actuación. Es decir, no se la perdonaríamos; pero la comprendería­mos. Por lo menos, se trataría de crímenes de hombres. Pero ha corrompido usted a los niños. Es usted un violador de conciencias adolescentes. Observe usted lo pavoroso que es todo esto.

Para desgracia del Perú, frente a usted surgieron, en época felizmente concluida, otros tan violentos, tan sanguinarios y tan inconscientes como usted. Y el Perú estuvo a punto de convertirse en una batahola de matarifes dentro de un camal. Esto fue muy breve, porque la inmensa mayoría de las conciencias honradas y de los corazones tranquilos, pudo más que la epilepsia creada por usted. Y concluyó la beligerancia que usted produjo.

Pero después de que el presidente Benavides vino a darnos orden y paz, usted y los suyos fueron los primeros en aprovechar los beneficios de la paz y el orden, usted y los suyos insistieron en el asesinato. Es su método político. En usted, la actividad criminal es congénita.

A la cabeza de sus hordas, ha destruido las tradiciones jurídicas del país, ha pisoteado sus recuerdos heroicos, se ha chingado usted en su dignidad civil, ha roto usted su equilibrio político, ha ensuciado usted su nobleza democrática. Nos ha dejado usted, cívica y espiritualmente calatos y sucios.

Si Leguía destruyó el respeto por la función pública y convirtió en portapliegos a los más altos dignatarios del Estado, usted le ha quitado majestad al pueblo, le ha quitado valor a la masa, ha envilecido usted a la multitud.

Y, por reacción inevitable, ha producido usted el encumbramiento de los ricos necios. En el Perú, ya había muerto el becerro de oro, ese animal hediondo y voraz que tanto prosperó con Leguía. Por obra de las artes criminales de usted y de los suyos, el becerro de oro vuelve a lanzar sus balidos mefíticos y otra vez lo vemos en la prensa y en el parlamento, empeñado en asumir la dirección de los espíritus. Dichosamente, oh, compañero, jamás la animalidad se sobrepuso al espíritu.


Por culpa de usted, tenemos que guardar patriótico silencio los que siempre alzamos, bien alta, nuestra voz patriótica. Entre los ricos necios y los asesinos sin hombría, tenemos que quedarnos con los ricos necios. Son cargantes y fastidiosos; pero no atentan contra la vida de nadie. Nos entorpecerán un poco; nos harán un poco grasos y un poco sórdidos; pero no nos envilecerán nunca. Son gentes digestivas a quienes, a la larga, el cerebro les gana la batalla.

A mí, créalo usted, me da mucha pena ver que, por culpa del APRA, es imprescindible que transijamos con la tontería. Pero entre un tonto y un bandido, no duda ningún hombre de bien. Quién sabe si, por culpa de usted, nos sea preciso terminar hasta en algodoneros.

Acaso concluyamos fundando una casa de préstamos. Triste destino para quienes iniciamos nuestra vida pública oyendo voces patricias.

Yo, joven capitán de niños delincuentes, me formé en la política, escuchando al verbo espiritual de Víctor Maúrtua, las leccio­nes de Javier Prado, la obra de Manuel Augusto Olaechea, ese artista del Derecho Civil. Oí la voz de Nicolás de Piérola y le escuché a don Andrés Avelino Cáceres relatar las campañas de la Breña. Yo, joven capitán de niños delincuentes, conversé, durante siete años, casi todos los días, con Manuel González Prada. Los primeros elogios que escuché en mi vida los escribió la pluma magistral y austerísima de Abelardo Gamarra. Mis compañeros de juventud fueron Abraham Valdelomar, Leonidas Yerovi, Julio Málaga Grenet, José Carlos Mariátegui, César Falcón. Conspiré junto a Augusto Durand y fui testigo de las tumultuosas campañas cívicas de Guillermo Billinghurst, ese hombre tan saturado de pueblo. Lo implacable de la política lo aprendí en Germán Leguía y Martínez, la circunspección distinguida la vi en Melitón Porras, el empuje audaz e inteligente en Arturo Osores, la caballerosidad y el dandismo en José Carlos Bernales. Yo lo conocí a don Ricardo Palma cuando torcía un cigarrillo de la marca «Perú». Yo he bebido en la fuente del ingenio profundo, sutil, encantador de ese maestro de estadistas y de pensadores que es José Balta.

En el extranjero traté a muchas gentes de igual alcurnia mental. Y ahora, cuando mi juventud termina, llego a mi patria, joven capataz de niños asesinos, a presenciar el horrendo espectáculo del crimen convertido en costumbre. Nunca le perdonaré a usted todo esto. Cuando Piérola hacía sus revoluciones, las hacía con una gallardía, con un empuje, con un romanticismo, con una virilidad que sus mismos adversarios admiraban. Era el Caballero Andante de nuestra política.

Quizá habría sido preferible que nunca lo tomáramos a usted en serio. Pero como usted es megalómano y quiere que lo tomen en serio, se ha convertido en gangster y lo ha conseguido. Ya lo tomamos en serio. Todo lo que cae dentro de las extremas disposi­ciones del Código Penal, es muy serio.

Por culpa de usted, José de la Riva Agüero, ese historiador tan distinguido y erudito, tan heráldico, es personaje político. Por culpa de usted es personaje político don Carlos Arenas Loayza, ese Mefistófeles sin Fausto y que del infierno sólo tiene el color.

Carece usted de heroicidad y de grandeza. Carece usted de aristocracia mental y sicológica. El problema del orden público, siempre tan grave en el Perú, hoy es, ante el crimen, el único problema grave. Ya no podemos ocuparnos en mejorar las institucio­nes y las leyes, las costumbres públicas y los hábitos privados. Apenas nos deja usted tiempo para evitar que nos asesinen. Por culpa de usted se ha creado el conflicto religioso y ha desaparecido la universidad.

Usted podrá creer que un hombre que ha producido tantas calamidades tiene grandeza. Y esto es mentira. Tiene dramaticidad, como la tienen un incendio, un ciclón o un naufragio. Es usted deplorable y dramático como un terremoto. A usted, el Perú nunca podrá darle el poder. Es imposible, así como es imposible que la naturaleza le conceda al huracán la dirección del mundo.

Por culpa de usted, nuestras gentes le han perdido el respeto al Poder Judicial y quieren que retornemos a los amargos y remotísimos tiempos en que los hombres se hacían justicia por su propia mano. Y los que aún respetarnos, Ilusos, al Poder Judicial nada podemos decir. Quizá, también, nos llegue la hora de hacernos la justicia por nuestra propia mano.

Por culpa de usted, uno de los mandatarios más austeros, más correctos -en el buen inglés de la palabra-, más bien intencio­nados que ha tenido el Perú, pasa por el injusto e incalificable trance de estar sometido a amargas y apasionadas disputas. Por culpa de usted, le hemos perdido el respeto a lo respetable. Nos ha envilecido usted en grado verdaderamente aprista.

Cuando pienso en la obra consumada por el aprismo, casi me alegro de que estén bajo tierra los grandes amigos de mi juventud y que duerman el sueño eterno mis grandes maestros. Y me da pena que vivan Manuel Augusto Olaechea, Víctor Maúrtua, Manuel Vicen­te Villarán, Arturo Osores, Melitón Porras. Ha encenegado usted a los niños, ha pervertido usted a los adolescentes, ha entristecido usted a los jóvenes, ha desconsolado usted a los hombres maduros y ha ensombrecido usted los últimos años de los viejos.

Ha detenido usted el progreso democrático y el avance liberal y ha prostituido usted, con perversidad infantil, el sentido marxista. Es usted un andrógino de la política, un indiferenciado de la vida pública. Es usted responsable de que vayamos perdiendo el amor a la justicia, ese amor que fue base de la grandeza de Roma y es base de la grandeza de Inglaterra.

Lo único que le falta a usted es inficionar los espermatozoides a fin de conseguir que de los hijos de nuestros hijos nazcan unos fascinerosos. A la mujer, la ha embarcado usted en aventuras varoniles de conspiración y de tramoya pública. Quizá llegue usted a destruir los ovarios de las madres peruanas.

Usted tiene la culpa de que no nos haya sido totalmente posible aplicar la patriótica política financiera del Presidente del Perú. La hemos aplicado nada más que en buena parte. Pero si usted y sus muchachos asesinos no actuasen, los ricos necios no habrían alzado, tan insolentemente, sus voces para oponerse a esa política financiera tan justa y tan exacta y para impedir, felizmente nada más que en parte, su feliz aplicación. Por culpa de usted estamos a punto de que desaparezca la justicia común y la clase media, esas dos grandes conquistas de la civilización en dos mil años de marcha. Cuando la justicia se llama común es porque es para el común de las gentes, porque es justicia de la comunidad; justicia en la cual se refunden los viejos conceptos de la justicia distributiva y de la justicia conmutativa. Cuando la clase se llama media, es porque se ha conseguido el equilibrio de las clases y se ha logrado ese punto fiel donde todos los hombres igualan sus aspiraciones y sus posibilidades. Por culpa de usted, resurgen la plutocracia roñosa y la justicia no igualitaria, es decir, no común.

Mire usted cuantos daños ha producido. Por culpa de usted, yo no puedo decir ahora las tremendas verdades que tanto necesita el Perú. Usted adulteraría esas verdaderas y las convertiría en mentiras. Haría de ellas un vil acto publicitario. Y yo no puedo ni debo ser su colaborador. Mi indignación contra usted llega a este punto: antes que ser su amigo, prefiero ser oligarca. Como no puedo mentir, me callo la boca. Que caigan sobre usted las desdichas provenientes del súbito engreimiento de los tontos y de la repentina prepotencia de los criminales.

Nosotros haremos cuanto esté en nuestras manos para evitar que la tontería y el delito destruyan al Perú. Al Perú, que vale mas que usted, aunque solo sea por la razón de que usted es el Perú con signo negativo. Si es verdad que lo inminente se cumple, morirá usted en manos de un niño.

Federico More

IGARTUA – por Orazio Potesta

Tenía en mente escribir algo sobre los jefes que han marcado mi carrera, que por suerte han sido muchos. Esa idea se me ocurrió cuando en mi auto doblaba la esquina de Miro Quesada con Azángaro y sacaba la cuenta de que había trabajado en cincuenta periódicos y en cincuenta revistas.

Dejaba atrás aquella esquina mil veces transitada por mí. El Comercio pasaba a ser una línea más en mi currículo.

Pensé primero en Francisco Igartua. No puedo explicar por qué.

Flaco, colorado, parco. Ya he dicho muchas veces que mi papá compraba Oiga y que por eso yo estaba al tanto de la admiración que Paco sentía por Miguel de Unamuno.
También sabía de su descomunal persistencia periodística.

De eso me di cuenta con las investigaciones sobre el comando paramilitar Rodrigo Franco y la inservible maquinaria china con Joy Way a la cabeza. Como ciudadano de ninguna ciudad, Paco era la configuración humana de cualquier fraseo de Unamuno en una hoja de papel.

Lo recuerdo como un dibujante nato, un diseñador practiquísimo que no se hacía bolas con el exceso de fotos ni el exceso de textos.

Lo veía siempre trazando líneas con un lápiz, borrando y repintando. Repintando y calculando al ojo el crecimiento de las fotos cuando el cierre empezaba a sacar tarjetas rojas. Cada revista era un trabajo de fina orfebrería.

Diagramé a su lado un informe que se titulaba jocosamente: “Están naciendo nuevos cartelitos”. Y obviamente se refería al narcotráfico, tema recurrente en mi carrera. Manché una foto con tinta azul, no se molestó conmigo.

“Consigue otra al tiro. Y lávate las manos, hijo”.

Paco iba al grano, no dudaba. Generaba tesis e hipótesis cada minuto y no las abandonaba jamás.

Eran días de guerra para mí. Sin dinero. No recuerdo como iba a Oiga y menos cómo regresaba a casa. Tampoco puedo confirmar si llegué a ir a clases durante los meses que estuve en Oiga.

Debido a la intolerancia de Alberto Fujimori y de Vladimiro Montesinos, Oiga cerró y yo estuve hasta el final.

Pero sí recuerdo que almorzaba gracias a mi hermano Ítalo, quien tenía su oficina en la avenida Canaval y Moreira, también en San Isidro.

Enigmático, siempre encerrado en su poncho, paseaba por las tardes en ese larga berma de la calle Paseo Parodi en San Isidro, el último local de Oiga.

Lo extrañé mucho desde el 2005, cuando me empecé a topar con jefes decididamente torpes y expertos con la pelota y la franela.

Hace poco, un ex redactor de la revista Oiga, me dijo que había una idea en la mente de algunos periodistas que formaron parte de sus prusianas redacciones. Hacerle un busto y colocarlo en un parque de San Isidro. Emocionado y con la cabeza a mil por los recuerdos, pensé en ese preciso momento que Francisco Igartua merecía el bronce suficiente como para ser mostrado a cuerpo completo.

FRANCISCO IGARTUA: "He cometido muchos errores en la vida, pero nunca he vendido mis principios"




Hojas de vida - Hola Paco


Nunca pude saludar ni dirigirme a Francisco Igartua con esos términos, como todo el mundo lo hacía. Hasta los practicantes le decían "hola Paco", "sí Paco", "ok Paco" o "de ninguna manera Paco". Supongo que esto se debía a mi respeto reverencial por Don Paco, el Director del semanario Oiga, la revista donde me inicié en el apasionante mundo del periodismo.

Es curioso, pero igual me ocurre con Enrique Zileri, a quien tampoco pude decirle Enrique. Estoy seguro que si lo vuelvo a encontrar seguiría diciendole Don Enrique. Francisco Igartua y Enrique Zileri son los periodistas que más admiro y siento que cada trabajo que hago sigo haciéndolo para ellos.

Eduardo Rodriguez - Heduardo

domingo, 3 de mayo de 2009

FRANCISCO IGARTUA - "SIEMPRE UN EXTRAÑO"

FRANCISCO IGARTUA - "HUELLAS DE UN DESTIERRO"


FRANCISCO IGARTUA - "REFLEXIONES ENTRE MOLINOS DE VIENTO"

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “COMO DECÍAMOS AYER Y ANTEAYER…” - Revista Oiga 16/01/1978


A fines de 1974, por decir rotundamente ¡NO! a la estatización de la prensa, por denunciar lo que en la práctica resultó ser la liquidación de la libertad de expresión en el Perú, fui deportado y tuve que vivir hasta hace pocos meses en el destierro. También salí al exilio porque, fiel a la conducta de Oiga en materia de riquezas naturales, había juzgado ilegal y deshonroso para el país el contrato petrolero firmado aquellos días, en la penumbra, entre el gobierno y dos empresas japonesas. Salí al destierro cuando comenzaba a dar muestras de asombro frente al intento -infelizmente ya culminado- de construir un triunfalista y multimillonario oleoducto de la selva a la costa, mientras la realidad, el interés de los peruanos -los propietarios de las riquezas naturales del Perú- nos exige afirmar la personalidad peruana de la Amazonía. Y e! buen razonar y hasta las conveniencias económicas futuras aconsejan usar y no abandonar nuestros ríos selváticos, para hacerlos así más peruanos; para que nuestras fronteras amazónicas sean vivas por la presencia masiva de nuestra gente en la zona y por la actividad industrial y comercial que allí se puede realizar. Porque el propósito de usar nuestros ríos no es el absurdo traslado por agua del petróleo selvático a Talara sino capturar el mercado brasilero para nuestro petróleo y derivados. No olvidemos que los ríos amazónicos van a dar a la mar cruzando el territorio del Brasil y con justeza se podría decir que ellos tienen trazado su destino.

Toda la documentación pertinente sobre el caso quedó en mis oficinas, ocupadas primero por la policía y después por los «trabajadores» de los talleres de Oiga. Hoy -marzo de 1978- no existen. Se hicieron humo junto a muchos otros importantes e irrecuperables documentos y a las máquinas de escribir y hasta a las sillas y astillas del antiguo Oiga.

Entre aquellos papeles, por ejemplo, se encontraba un testimonio contundente sobre la inconstitucionalidad del acuerdo petrolero con los japoneses, el del opinante más valioso sobre el tema en aquel momento, el del constituyente que presentó y fundamentó, en la Asamblea del 33, el artículo constitucional violado por el contrato en discusión. La opinión del doctor Luciano Castillo, indispensable para el esclarecimiento de los alcances del artículo 17 de la Constitución, quedó confinada seguramente a una desganada lectura policial, si es que no se extravió o fue a dar a la basura en el desmantelamiento de mi escritorio. En todo caso fue sumido en el ominoso silencio al que las dictaduras condenan a los pueblos cercenándoles la libertad de prensa. Ninguno de los doctos defensores de ese acuerdo petrolero, encaramados en los diarios estatizados, quiso acordarse que estaba vivo el autor del artículo 17 de la Constitución.

Salí al destierro en noviembre de 1974, acosado por bombas que nadie protestaba y nadie investigaba; injuriado, vejado, acusado de ser agente de la CIA, ante el gozoso beneplácito y los aplausos de los periodistas estatizados; perseguido judicialmente, con ensañamiento, por el delito de advertir a tiempo el abismo económico en e! que estábamos cayendo. Una advertencia que fluía con preocupada alarma del simple análisis de las balanzas comercial y de pagos, así como de las sospechas que despertaba el escondido endeudamiento externo. Antes de finalizar ese año -el 74- ya era visible un descomunal déficit comercial y un fuerte deterioro de la producción, a la vez que se le hacía difícil al gobierno ocultar que ya se habían superado con exceso los límites razonables de endeudamiento. Las proyecciones de estas tendencias llevaban irremediablemente a la catástrofe económica y hacían imperativo tomar de inmediato medidas adecuadas de corrección financiera y frenar en seco la demagógica e irresponsable política de subsidios a la importación de alimentos que se estaba siguiendo; lo que, por otra parte, empobrecía aún más a una agricultura empobrecida por la Reforma Agraria koljosiana de "revolución" militar en su primera fase. También era indispensable corregir las distorsiones y trasgresiones oficiales a esa misma ley agraria que de continuo se producían en el campo y el desorientado y desactivador accionar del gobierno en el terreno industrial y minero. Además, para recuperarse del declive productivo, el país tenía que detener sin contemplaciones el acelerado crecimiento de una burocracia inepta, kafkianamente dispuesta a trabar la administración pública.

No era asunto de contener el proceso revolucionario -con el que yo estaba y estoy de acuerdo porque el Perú se ahogaba en el inmovilismo-, sino de enrumbarlo hacia la racionalidad, poniendo de lado la improvisación infantil, el disparate de la ignorancia y el rencor y el odio, que ni son revolucionarios ni tienen nada que ver con la ciencia económica.

Hoy vuelvo no para constatar que el faraónico y nada indispensable oleoducto pesa como fardo de plomo dentro de una descomunal deuda externa; ni para comprobar que estuvieron acertadas las predicciones de Oiga sobre la crisis económica, aunque jamás sospeché que llegaría a la magnitud a la que ha llegado; y tampoco vuelvo para pasar revista a los agravios y daños que sufrí.

Vuelvo para recordar la frase célebre de fray Luis de León, el "como decíamos ayer", tantas millones de veces repetido, porque el hombre vuelve y vuelve, infatigable, a poner las mismas piedras en su camino y vuelve y vuelve a tropezarse con ellas, revolviéndose continuamente en el campo político entre la piedra de la represión y la vuelta a la libertad, entre el rencor y el perdón por lo sufrido. Situación, claro está, nunca expresada con la grandiosa generosidad del "como decíamos ayer" salido de los labios del exquisito poeta leonés, fraile que gustó el deleite que produce la huida del mundanal ruido. Yo quiero caer en un deleite prosaico, en el terco empecinamiento de insistir e insistir en lo mismo. Por eso el "como decíamos ayer y anteayer... ".

Vuelvo para continuar con las viejas prédicas de Oiga a favor de la libertad, libertad sin otro límite que el código penal; del orden, no del orden del un, dos, de los cuarteles sino del orden que emana del imperio de la ley, un orden que no sea imposición del gobernante sino pacto legal entre el mandatario y los ciudadanos; a favor de la justicia social o sea de una racional distribución del bienestar; y también de la moralidad en todos los niveles, de la decencia pública.

He retornado en momentos en que algo de libertad se respira, a pesar de que continúa la confiscación de los medios masivos de expresión y sigue vigente, amenazante, el con negro humor llamado «Estatuto de la Libertad de Prensa»; y a pesar de que la prensa diaria -la confiscada- salvo raras excepciones, no sea otra cosa que boletín al servicio del gobierno de la segunda fase de la "revolución" militar.

Vuelvo con los ojos en su sitio, mirando el futuro y no atraso Dispuesto a colaborar en una tarea nacional que hoy, ante la posibilidad de que los militares devuelvan a los ciudadanos el derecho a gobernarse, se hace imprescindible. Me refiero a la concertación de alguna forma de alianza entre todos los peruanos para hacer frente a la crisis actual, que no sólo es económica, sino también social y política. Una crisis excepcional que abarca a la nación en su conjunto y que nacionalmente -sin exclusión de los militares tendrá que ser superada, como tantas otras crisis lo fueron en el pasado.

Para dedicarse a esa pesada, serena y fecunda labor sale nuevamente a la calle Oiga, esta vez con un 78 como moderno rostro.

Vuelve Oiga para ratificar su apoyo al necesario proceso de cambio que requiere el Perú. Proceso de cambio que inició la Fuerza Armada en 1968 y que no debe detenerse, aunque muchas cosas se hayan hecho muy mal. Creo que la historia le hará justicia a Juan Velasco Alvarado y estoy convencido de que, a pesar de los errores cometidos, mucho peor hubiera sido quedarnos congelados en un pasado sin alicientes ni perspectiva. Enmendar yerros, enderezar entuertos, cambiar de rumbo, no sólo es un deber sino que esa tarea puede ser un nuevo y gran impulso para insistir en el cambio y la renovación.

Vuelve Oiga con ánimo de extender el diálogo a la derecha y la izquierda. ¡Que no nos parezcan osos salvajes los rojos ni ogros feroces los conservadores! y vuelve para informar con la menor parcialidad posible, alejando de sus opiniones todo sectarismo y dogmatismo, lo que no quiere decir que haya perdido esa capacidad de indignarse que reclamaba el maestro don Miguel de Unamuno ni que abandone la dosis de pasión que siempre ha puesto en la defensa de lo que cree justo. Oiga 78 seguirá manteniendo, dentro de la evolución natural de la vida, la inquebrantable posición política de la revista o sea, para decirlo en términos accesibles, este semanario seguirá siendo de izquierda. De izquierda porque cree que los medios de producción y las riquezas del país deben estar al servicio de la sociedad y sus beneficios distribuirse con una racional equidad. Desde este punto de partida se podrá llegar a metas fecundas por medio de distintos mecanismos, que no pierdan de vista que la política es ciencia de lo posible, que actúa sobre realidades y no sobre abstracciones. Actuar en contrario significará, tarde o temprano, hundirse en el fracaso. Oiga 78 tampoco echará al olvido un claro lema de Arnold Toynbee, que la revista ha hecho propio: el hombre del futuro encontrará solución a las dificultades del presente en una concepción equilibrada entre la justicia distributiva que ofrece el socialismo y el incentivo al individuo para que éste dedique su imaginación y energía a la creación y a la producción; algo parecido a eso que Alemania Occidental ha bautizado de sistema con economía social de mercado, sistema que se va aplicando de acuerdo a la realidad alemana.

Vuelvo también, por lo tanto, para aclarar otra vez -y no será la última seguramente- ese dificilísimo equilibrio del justo medio en el que siempre ha tratado de colocarse esta publicación, postura de realista sensatez que Oiga defiende con pasión y que le ha valido y le valdrá el calificativo de reaccionaria para la izquierda delirante y de procomunista para aquellos caballeros que no entienden ni entenderán que el mundo, como la vida, es mutación, cambio, evolución. Oiga es de izquierda porque, sin satanizar a nadie ni a nada que no sea la corrupción y la inmoralidad, se siente al lado de los humildes, de los necesitados, y no de los ricos; porque le repugna el dogma y propicia el diálogo sin barreras; porque abomina cualquier inquisición; porque cree que no hay mayor castigo para un pueblo que el mantenerlo en el oscurantismo, en la sumisión a «verdades» administradas por una jefatura maniquea, omnisciente y omnipotente; porque estima que no hay desarrollo popular sin libertad para informarse, pensar, expresarse y elegir; porque no admite que los pueblos sean como niños, pasibles de tutela. En otras palabras, Oiga se confía en lo que dijo don Quijote, el caballero de la Triste Figura, a Sancho, su escudero, ilusionado aspirante a gobernador de ínsulas: si alguna vez se ha de doblar la vara de la justicia, que sea a favor del pobre, del desvalido, y no del poderoso.

Esta revista es de izquierda porque jamás aceptará la soberana tontería de que es posible llegar a la liberación popular pasando por «una necesaria, aunque pasajera, etapa de dictadura» policial. No caerá en semejante disparate porque tiene la certeza de que los nobles fines nunca podrán ser alcanzados por medios innobles, inmorales. La Historia enseña que persistentemente los medios bajos y malvados han suplantado a los fines propuestos, por muy nobles que éstos hayan sido; y siempre los suplantarán porque el mal no puede engendrar el bien. No hay dictaduras buenas y no hay dictaduras que no sean policiacas. La imposición, la arbitrariedad, el despotismo nunca dejarán de ser siniestros y despreciables. Y porque Oiga piensa así no es de derecha, aunque así lo califiquen los dogmáticos de izquierda.

Pero una nota periodística no puede esquivar, eludir, a la actualidad, no puede quedar en solemne enunciado de principios. Utilizaré, pues, a la actualidad para darle fundamentación práctica a mi pensamiento.

Veo con profundo dolor, con angustiosa pena, cómo pasan los días sin que el país advierta la gravedad de la crisis económica, política y social en la que está sumergido y sin que ningún sector responsable tome en serio la necesidad de llegar a un compromiso nacional, a un amplio entendimiento cívico para poner en acción la única arma para superar la crisis: en el campo económico, una alianza de la producción con las inversiones y, en el político, un pacto nacional para el diálogo. No hay fórmulas mágicas en economía ni en política. Y la realidad es ésta: si no se deja de satanizar a los empresarios no habrá inversiones sanas, reproductivas, no habrá nuevos centros de trabajo, no habrá crecimiento económico; como tampoco habrá lo anterior si sigue la ola de huelgas pulsarías, si los trabajadores no entienden que del cuero salen las correas y que no es conquista alguna la estabilidad en el trabajo si ésta se convierte en factor que impide que siga creciendo el cuero -los centros de trabajo-, porque la estabilidad sin producción, sin productividad, sin disciplina, no es el mejor sistema para llenar la olla de la casa, en donde la sobrecarga familiar es seguro que sí seguirá creciendo, con nulas perspectivas de ocupación.

Naturalmente que, por pensar así, seré calificado de reaccionario por el izquierdismo clasista y condenado a las profundidades del infierno marxista, sin posibilidad de réplica, ya que en este punto es clara y pública la posición sectaria, de olímpico rechazo al diálogo que no sea entre catecúmenos, adoptada por la izquierda delirante; posición, además, pregonada por ella sin disfraces: a un lado la clase trabajadora -aunque sus líderes sean niños bien que nunca han trabajado- y al otro los explotadores. y como es la cúpula gochista la que maniqueamente separa al Perú en buenos y malos, los calificados por ella de malos jamás tendrán oportunidad de dialogar con los buenos, si antes no se convierten a la buena fe... ¿Se diferencia en algo esta posición a la división en buenos y malos que hacía la derecha en la época odriísta?...

Sin embargo, el caso tendría menor importancia si no fuera porque la salud de la República requiere hoy justamente lo que esas dirigencias gochistas entorpecen con eficacia: diálogo entre todos los peruanos, esclarecimiento realista de la situación y planteamientos de entendimiento entre la capacidad empresarial y la capacidad laboral del país. Porque es necesario admitir y revelar que el Estado peruano, agobiado por una deuda externa descomunal, está imposibilitado de reemplazar a la empresa privada en la promoción del desarrollo; y también es indispensable divulgar que no existe ejemplo conocido de desarrollo sin inversión, sea interna o del exterior... ¿Hay capacidad de ahorro interno en el Perú fuera del sector empresarial? ¿No ha sido catastrófica la experiencia de este régimen, de esta "revolución" militar, que quiso reemplazar las inversiones extranjeras con préstamos extranjeros para hacer del Estado el gran inversionista?... Las inversiones se esfumaron, el Estado se transformó en un conglomerado empresarial elefantiásico e improductivo y los prestamistas están en la puerta con las facturas de la deuda en la mano... ¿Hay potencia mundial políticamente interesada y dispuesta a dar los muchos millones que hacen falta para la ilusa tarea de hacer de este complejísimo país que es el Perú y de su ineficaz régimen económico un modelo a seguir?

Frente a tan durísima realidad la sensatez exige no seguir dividiendo al país en buenos y malos; más bien -como lo han hecho los propios comunistas en algunos países europeos- es necesario abrir las puertas a un modus vivendi entre capital y trabajo. Es indispensable que el empresario -que aquí en el Perú no sólo pone su dinero en la empresa sino también su imaginación y su capacidad gerencial- no siga siendo señalado como delincuente y se libre del temor, que es cierto, a ser despojado en cualquier momento y con cualquier pretexto por el Estado. Y es preciso, insisto, que empresarios y trabajadores -al margen de naturales pugnas de clase-, así como el gobierno y los partidos, comprendan que la crisis actual no se resolverá sin una firme voluntad de entendimiento nacional. Las bases para ese concierto de voluntades no son secreto de iniciados. Las acaba de precisar el presidente Morales Bermúdez en su amigable charla televisada de la semana pasada. Sólo falta pasar de la teoría a la acción.

Para alcanzar la meta, como he insistido tantas veces en estas líneas, el diálogo es esencial. Sin embargo ¿estamos preparados anímicamente para dialogar?...
Hace unos días, de paso por Lima, un amigo residente en el extranjero -uno de los muchos talentos peruanos desparramados fuera- me decía apesadumbrado y espantado: «Después de seis años de ausencia, me encuentro que se ha hecho imposible dialogar en este país. Nadie entiende razones y mucho menos las múltiples sutilezas que cada razón encierra. Basta que alguien haya sido apenas rozado por alguna de las reformas o por los abusos del régimen para que se erice ante cualquier argumentación de izquierda y dé beligerantes muestras de un derechismo obcecado y pigmeo. Y también he hallado intratables -terminaba mi amigo-, por dogmáticos y necios, por fanáticos e inquisitoriales, a los hombres de izquierda. No hay con quién hablar».

Yo miraba con gesto comprensivo a mi desilusionado amigo y meditaba en la difícil, quién sabe imposible tarea que se ha impuesto Oiga 78: hacer entender a la gente que los razonamientos, cuando no son estériles monólogos, no debieran excluirse unos a otros sino, al contrario, bueno sería que se entrecrucen para conformar un diálogo, dando así signos de vitalidad e inteligencia. Pensé en la incomprensión que despertaría esta urticante posición del justo medio escogida por Oiga 78, con ánimo de interpretar la conciencia nacional y no sólo la de un bando. Sobrarán -calculé- los que se pregunten ¿qué beneficios pretenderá lograr Oiga 78 con esa postura arribista de ponerse al medio?

No entienden, quienes equivocadamente creen que justo medio es intentar estar bien con todos, que se trata de la más incomprendida y la peor pagada de las posiciones, quién sabe la más ingrata, pero también la más necesaria en el Perú de hoy. Porque el justo medio -adviértase el concepto de justo- no indica colocarse en el fiel de la balanza, en la quieta neutralidad, sino en hurgar razones en los argumentos de un bando y otro y en tratar de conciliar los fomentando el diálogo, con el propósito de encontrar una solución, que nunca será del agrado de los fanáticos, por desgracia hoy tan abundantes en nuestra patria.

Creer que los problemas del Perú -que han llegado a un punto de colapso- podrán solucionarse sin la participación de todos los peruanos, sin un diálogo nacional, es una simple insensatez. Y contra ella se alza Oiga 78. También y sobre todo contra la otra «solución», a la que aspiran los sectarismos de todos los colores: la totalitaria aniquilación del adversario. El justo medio es hallar la difícil solución democrática -gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo-, que le cierre el paso a la tentación totalitaria de derecha e izquierda.

Vuelvo del destierro con el firme propósito de cumplir esta tarea, repitiendo las mismas invocaciones de los Oigas de ayer y de anteayer.

UNA VIDA MÁS, COMO LOS GATOS, ¿POR QUÉ NO? por Jesús Reyes Muñante (Sub-director ex – revista Oiga) – Oiga 08/11/2006

La última agonía de Oiga duró varias semanas. Después de la edición del 11 de agosto de 1995 la revista, sin previo aviso, desapareció de los quioscos. Paco Igartua, enfundado en su inconfundible poncho serrano, deambulaba por el Paseo Parodi, el último refugio al que se trasladó su revista para morir sola, triste y abandonada, como reza la letra de un viejo vals criollo. Ya no había nada que hacer. El emperador había bajado el dedo y hasta gentes a las que tendió la mano cuando no eran nadie –como el presidente del Seguro Social, el mudo que ahora funge de alcalde de Lima– se escondían para no colocar avisos o no pagar los ya publicados, que hubieran podido inyectar un soplo de vida al moribundo.

Paco ordenó la venta de la residencia de Pedro Venturo –el único local propio que tuvo Oiga a lo largo de su accidentada existencia– y de todo lo que pudiera convertirse en dinero para cancelar los beneficios sociales del personal de la revista. Pero Oiga, el mejor semanario político del Perú, cuyos análisis eran comentados por otras publicaciones famosas en el mundo, como Le Point, Le Novel Observateur de Francia; Time y Newsweek de los Estados Unidos, Sette Giorne de Italia o Der Spiegel de Alemania Federal; no podía morir así nomás, como un “N.N” cualquiera.

Fue así que con el apoyo de entrañables amigos y la colaboración desinteresada de su personal, Oiga reapareció el 5 de septiembre, en un número de colección que se tituló: “ADIOS con la satisfacción de no haber claudicado”.

En su editorial de despedida, Paco Igartua explica que: Cierra OIGA para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad –con lo que cada uno cree es lo cierto— y en el curso del camino fuimos perdiendo amigos, contactos, benefactores, sobre todo amigos que alguna vez encontraron acogida en estas páginas y cuyas causas defendió OIGA con calor.

Periodista al fin, luchador golpeado por la inclemencia cuartelaria de las dictaduras, desarraigado de su hogar y de su patria, cargando a su familia a cuestas por otras tierras felizmente amigas, Igartua no quiere rendirse, sin embargo, y en un último gesto de rebeldía y esperanza pregunta a sus lectores: ¿Por qué el cierre de esta quinta etapa de la azarosa existencia de OIGA no puede significar solamente un alto en la batalla? ¿Por qué tiene que ser imposible una sexta y hasta una séptima vida, como los gatos?.

FRANCISCO IGARTUA - HUELLAS DE UN DESTIERRO - Capitulo XLIV - Y sigo andando


¿Por qué hoy, pues, tanta insistencia en el retiro, la jubilación, el cierre de Oiga, la tristeza del abandono de ciertas amistades?... Porque así está hecha la vida, de barro ardiente. Pero nada de lo enumerado significa rendición. En estas páginas no hay una línea pidiendo chepa y si guerra, guerra total contra el abuso, el atropello, la injusticia. Y si yo he cambiado de trinchera y me refugio ahora en la escritura, no es porque he variado en mis adentros. Simplemente ocurrió que me fue imposible seguir teniendo abiertas las puertas de Oiga. Me lo imposibilitó la represión taimada del régimen de los 90, una represión sesgada que deja la protesta en el vacío y amenaza con la cárcel por defraudación tributaria.

He aquí esa penosa historia:

A fines de 1993, todos los periódicos, radios y televisoras —con excepción de El Comercio, Gestión y Canal 5— estaban quebrados. Se les habían acumulado millonarias deudas con la Sunat que crecían a velocidad geométrica por las moras y las multas. En teoría, el cierre de todos los medios de expresión –salvo las excepciones señaladas— era inminente... Dentro de esta situación Oiga se hallaba en una situación especial. Hasta hacia pocos meses había estado entre las excepciones, pues sus continuos desencuentros con distintos gobiernos obligaban a su administración a estar al día en los tributos, pieza clave para ajustes de cuenta con el Estado... Pero de pronto se había colocado en la disyuntiva de pagar la planilla de empleados o el impuesto del 18% a la venta del periódico, impuesto abusivo que no existe en ningún país que respete la cultura… La decisión había sido cubrir la planilla, ya que de lo contrario no aparecía la revista… Y de esta forma se inició también en Oiga el huaico de las multas y las moras… Su deuda global en esos momentos era, sin embargo, una insignificancia al lado de las otras publicaciones, aunque de cifras imposibles de cancelar para la debilitadísima economía de Oiga, castigada sin piedad por el sabotaje publicitario del Estado y de los amigos del gobierno y, además, descapitalizada por el esfuerzo que había hecho para estar al día en el pago de tributos…

En tales circunstancias, los directivos de la prensa acogotada por la Sunat, acuden donde el señor Santiago Fujimori, quien, por intermedio del publicista Óscar Dufour, era el hombre del régimen encargado de las relaciones con los medios de difusión. Para ello y para otros menesteres, Santiago Fujimori digitaba a la Sunat (todas las noches esta entidad le daba un informe detallado de sus actividades). Pero a esa reunión no se invitó expresamente a Oiga- Fue el único periódico con problemas excluido de ese cónclave en el que se llegó al acuerdo de que los medios cancelarían sus deudas con la Sunat colaborando con el gobierno en un gigantesco programa educativo.

A la reunión para concretar este acuerdo, sí fui invitado, porque, al parecer, no se quería que alguien de la oposición quedara excluido del arreglo, para que nadie estuviera libre de paja para criticarlo.

La citación la hizo el señor Alfredo Jailile, el hombre de la Caja del Ministerio de Economía y brazo derecho del poderoso ministro Jorge Camet, y el encuentro se produjo en el Ministerio, presidido por Jalilie, con el señor Carlos Orellana a su lado, como delegado de Palacio. También asistía el señor Federico Prieto Celi, del Ministerio de Educación, periodista de larga y limpia trayectoria, que se encargaría de monitorear el famoso programa de educación, cuyo objetivo era la impresión de millones de textos escolares y cuadernos que se haría en los talleres de diarios y revistas, etcétera, etcétera.

El acuerdo provisional acordado con el señor Santiago Fujimori –personaje central del régimen sin ningún cargo oficial responsable— era un enorme disparate.

-El proyecto no tenía pies ni cabeza— comencé diciendo, apenas se expuso la propuesta.

Prieto Celi, que había acudido con una serie de ayudantes y una ruma de modelos para escoger, abrió desconcertado los ojos, yo continué:

-Sería un disparate imprimir textos escolares en papel periódico y más todavía usar ese papel para cuadernos. La propaganda a favor del gobierno le resultaría al revés, pues esos cuadernos no servirían para nada y los libros se desbaratarían en un dos por tres.

-Se podrían hacer en bond.

-Si las rotativas usan el bond nacional destruirían sus rodillos por el polvillo que suelta ese papel… Y si se usa el bond importado la lavada va a resultar más cara que la camisa: tanto por el precio de ese bond como por los impuestos aduaneros y el IGV para el papel.

Cara de desolación en la sala. Prieto Celi se achicó detrás de las rumas de sus modelos. También Orellana sintió inseguridad en el piso. Alfredo Jaililie quedó imperturbable y me dedicó unas palabras de elogio.

Otros, más realistas, propusieron un arreglo publicitario. Los medios pagarían sus deudas a la Sunat con avisaje estatal.

Mientras se producía el debate, yo, que soy lerdo para expresarme verbalmente y porque se me podrían escapar algunos ajustados exabruptos, me dediqué a poner por escrito mis puntos de vista contrarios por completo al arreglo, ya que la solución no estaba en llegar a comprometidos acuerdos con el gobierno sino liberar de cierta carga tributaria a la cultura, como el 18% a las ventas, igual que en la mayoría por no decir en todos los países civilizados del mundo…. Y cuando se agotó el debate decidieron por el arreglo con avisaje, leí mi texto, que luego publiqué como editorial.

-No se pueden hacer excepciones con el IGV –fue la respuesta.

-¿Y por qué se exceptúa el juego de bolsa, a las aefepés y a otras actividades puramente lucrativas?

-La prensa no es cultura. Lean El Mañanero –metió su cuchara un funcionario, lector sin duda de basura amarilla.

Si no leyera usted periódicos no tendría usted su geografía ni si historia al día. Sería usted un analfabeto cultural. No cultivaría, si la tiene, su educación cívica.

Sin embargo, más tarde, por presión de la administración de Oiga, que se aferraba ilusamente a esperanzas imposibles, cedí y acepté el “arreglo”, que era muy simple: El tesoro público, o sea Jaililie, extendía un cheque por el monto de la deuda de cada empresa y ésta lo endosaba a la Sunat. A cambio de tan simple “arreglo”, el responsable –en el caso de Oiga, yo— aceptaba un pagaré con el gobierno, poniendo de garantía casa, autos, cuentas corrientes, etcétera, etcétera. Mientras que el Estado prometía –sin documento— publicar avisos hasta cumplir con el monto del pagaré.

Y, como estaba previsto, los anuncios o avisos se fueron publicando de acuerdo al capricho del régimen. Rápido y bien valoradas las notas en los periódicos amigos y lentas y mal pagadas en los órganos de la oposición radical.

-Podía haber sido nunca.

Por eso, apenas rescaté el comprometido pagaré, resolví liquidar Oiga, lo que no resultó fácil. Más mucho más complicado y difícil es desbaratar que crear una empresa.

¿Y la prensa que tenía en orden sus cuentas con la Sunat?...

Cuando se produjo el acuerdo protestó airado el canal 5, con un argumento válido: no era justo que se castigara a los cumplidos… Por lo que fueron premiados los que estaban al día. Y a Oiga se le volvió a discriminar. No se quiso hacer caso al alegato de que su situación era especial, pues siempre habían estado en orden sus pagos al fisco, con lo que se había descapitalizado, y siendo su retraso reciente… no podía ser tratado igual con los que nunca pagaron y no se descapitalizaron.

Su alegato fue al tacho de basura.

Todo esto lo miro con frialdad y no me arrepiento ni me quejo…

La lucha por lo que yo creo es la verdad no cesa porque imponderables decisiones del destino, por mano del poder político de turno, me obligaron al cierre de las puertas de mi revista Oiga. Siempre quedará la revista, lo escrito en ella, como el testimonio vital de mi compromiso conmigo mismo y con mis deberes cívicos y mi bandera inabdicable de ayer y de mañana, de siempre… Testimonio que continúa con mis libros y colaboraciones en la prensa…

Así reflexiono ahora, a la distancia, mientras termino de escribir la nota que todos los jueves leo, a las ocho de la mañana, en los micrófonos de Radio Libertad, dirigiéndome a un público masivo –la modernidad lo califica con las letras “C” y “D”—, que seguramente está más interesado en la problemática menuda de los escándalos públicos que en la meditación cívica, pero en el que la siembra de inquietudes mayores no es un desperdicio. Además, como que con esas notas y esporádicas colaboraciones en El Comercio mi conciencia se pone a salvo.

También pienso en el Perú y su futuro y, sin querer, mi atención se fija en el pasado, en ese territorio de desconcertadas gentes, en la caravana que se quedó en mitad del desierto, en la República Embrujada, donde más veces y mayor tiempo se obedeció a la voz de mando de los cuarteles que al mandato de las urnas; donde los breves ensayos de democracia han nacido, languidecido y muerto prematuramente a la sombra de los espadones cuartelarios. Y escucho a lo lejos la voz de Juan Ríos diciéndome: “Durante mucho tiempo los institutos armados desempeñaron el papel de perros de presa de la mal llamada oligarquía. El general Velasco –autor de la zoológica definición— intentó ubuescamente y sin participación popular el experimento de cambiar al Perú. El resultado inmediato de su obra fundamental –la reforma agraria— fue un desastroso traspié económico. Pienso, sin embargo, que, desde el punto de vista histórico, constituye un paso necesario que desgraciadamente no dio el régimen presidencial de Fernando Belaunde”.

¿Tienen razón estas palabras del poeta Ríos? Entrañable amigo y guía en las horas más oscuras de Oiga, salvo en las anteriores a las decisivas del destierro a México.

Difícil la pregunta y más compleja aún podría ser aún su respuesta si en el más allá siguieran en funciones los oídos y las cuerdas vocales de carne y hueso. El amigo Juan, de podernos replicar el comentario con el temperamento de su envoltura terrena, de seguro nos daría una respuesta sangrienta y breve. Sería una frase tan dolorosamente cruel como su: “¿Cree usted que hay país…?”, lanzado como respuesta a una pregunta que se le hizo sobre la patria, a la que mucho y muy honradamente quiso a pesar de haber quedado “podrida antes de madurar”.

Con tanta pasión la amó que un día del año 80, antes de los resultados electorales, quiso rezar así en Oiga: “Me parece que desde la Independencia el Perú ha vivido en permanente crisis ética, intelectual, física, económica y social. Nos hemos podrido antes de madurar. En un país que nunca tuvo clase dirigente ni escala de valores, donde el ejército ha matado más compatriotas en represiones y motines que soldados extranjeros en defensa de nuestro mutilado territorio. El pueblo, ignaro y desnutrido, no ha llegado aún a ser verdaderamente pueblo. No es su culpa. Es nuestra culpa. Perdónanos Señor”.

Como que Juan Ríos sintiera, igual que Octavio Paz con México, que los males del Perú fueron mas imputables a la Republica que al Virreinato, que a la prospera y potente Nueva castilla; solo comparable en America con Nueva España. También coincidía Juan con Eduardo Orrego, otro amigo entrañable, quien por esos años 80 impulsaba a los jóvenes como el a actuar de inmediato “antes de quedar como frutos podridos en el árbol, como nuestros mayores”…

Esto lo decía replicando a los que pedían maduración a la juventud accionpopulista.

Ni Juan Ríos ni Eduardo Orrego podrían rectificar ante los vivos su vision pesimista –no por ello menos amorosa– de la patria republicana. Los dos habitan desde hace algunos años el reino de los muertos, que es donde iremos a parar todos sin distinción de ricos y pobres, de tontos e inteligentes, de haraganes y hacendosos, de esclavos de la lujuria y vendedores de la carne, según esta explicado con Áurea grandiosidad por Calderón de la Barca en El Gran Teatro del Mundo y donde, de acuerdo al Dante, volveremos a ser catalogados de acuerdo a los designios de la divinidad y a la conducta de nuestras conciencias. Porque es en ellas, en las conciencias, donde esta la virtud o el pecado, no en los hechos mismos, vistos siempre con los ojos de cada época y que son materia para los fallos de la justicia humana, desde antiguo débil, por lo que leemos en el Quijote, a la presión de los poderosos y al sonido de las monedas.

sábado, 2 de mayo de 2009

Canta claro por Francisco Igartua - "Hay que remover el agua para enturbiarla" - Diario Expreso 14/02/2004


EXPRESO 14/02/2004

CANTA CLARO
Por Francisco Igartua

Hay que remover el agua para enturbiarla


En tiempos remotos, cuando el agua se sacaba con balde de los ríos y nadie podía imaginar el servicio de agua potable a domicilio, se sabía que esta no debía moverse para que no se enturbiara De allí surgió el di­cho de que quien remueve el agua es para confundir las cosas y evitar la claridad. Persiste, porque ella precisa descripción del afán por ocultar algo añadiéndole impertinentes comentarios a un hecho que, por sí so­lo, explica la situación por él creado.

Esta práctica política no es patrimonio nacional, pe­ro en pocos sitios se da tan burdamente como aquí. Es el caso de la declaración de César Almeyda Publicada en Caretas antes de que se conocieran (aparte de algu­nos periodistas) las dimensiones del embrollo en que estaba comprometido el asesor y hombre de absoluta confianza del presidente Toledo. En esa declaración, sin duda espontánea, hecha por el pánico que le produjo saber que existía un audio de su diálogo con el ge­neral Villanueva y que iba a hacerse público, Almeyda confiesa que actuó como actuó por luz verde que le dio el entonces ministro Fernando Olivera, El que, des­pués de una larga conversación en Palacio con el pre­sidente Toledo, le haya sobrevenido una escalada de amnesia que fue disminuyendo sus recuerdos sobre Olivera, nada cambia su declaración primera.

Menos aún la revolvedera de aguas, resaltando la presencia de unos malandrinos que negociaban impú­dicamente un audio cuya importancia no es lo que en él se dice, que no es mucho, sino prueba que nada qui­tan si ponen a lo dicho libremente por Almeyda, quien acaba de declarar que no será chivo expiatorio y revelará toda la verdad. O sea que aquietará las aguas y pondrá en ridículo los sicosociales de estos días, destinados a distraer a la ciudadanía de un asunto que no es anécdota, como se quiere hacerlo pasar, sino revelación de las entrañas de un régimen (Toledo-Olivera) obsesionado por controlar a la información, a sabiendas de que información es po­der. Pero ellos no la quieren compartir con nadie y no usan los conductos regulares para obtenerla De allí las patinadas de Olivera. Entre otras, su apresurado viaje al Vaticano, como ministro de Estado, llevando cartas que comprometían al cardenal Cipriani y al Nuncio. Cartas fraguadas por alguien que estafó a Oli­vera y lo colocó no sólo en el ridículo, sino que puso en evidencia el modo de hacer política del líder del FIM. Para él (y al parecer también para Toledo) la in­triga, la extorsión y el chantaje son su método de ejer­cer el poder. Basta recordar el vil ensañamiento que tu­vo con Beatriz Merino cuando esta era parlamentaria y renunció al FIM. Para difamarla cobardemente acu­dió Olivera al EXPRESO subvencionado por Fujimori y del que era director su íntimo amigo, Calmell del So­lar, en estos momentos fugado del país luego de una extrañísima orden de liberación dada un viernes para que de la cárcel llegara a la frontera.

El caso Almeyda-Villanueva no es una anécdota, es el hilo que lleva a descubrir las razones íntimas del de­sastre toledano.

Canta claro por Francisco Igartua - "La realidad no es lo que aparenta ser" - Diario Expreso 17/01/2004


EXPRESO 17/01/2004

CANTA CLARO
Por Francisco Igartua

La realidad no es
lo que aparenta ser


Lejos de aclarar el panorama político nacional, la pre­sentación del gabinete Ferrero ante el Parlamento ha os­curecido aún más nuestra ya oscura vida política. La ma­siva abstención que impidió el voto de censura (aparte de tres votos de los propios interpelados) fue un gesto de respeto a la persona del doctor Carlos Ferrero, de fecunda actuación conciliadora mientras fue presidente del Congreso. No de esperanza en el equipo ministerial, de notoria baja calidad en su conjunto. Si­tuación que ha puesto sobre el tapete la posibilidad de que el premier Ferrero resulte siendo otro fusible de Pa­lacio. Al parecer, Toledo estaría deseoso de ser licencia­do, pues no hay otra explicación a tanta torpeza para ir rebajando el nivel de sus colaboradores. En otras palabras, el Congreso se ha hecho eco del clamor ciudadano para que personalidades del nivel de Beatriz Merino y Carlos Ferrero tengan mayor participación en la selec­ción de sus equipos ministeriales. Si esto no ocurre, la suerte del premier Ferrero está echada. Seguirá el cami­no de Beatriz Merino. ¿Y a dónde irá a parar nuestra inestable República?...

El tema no es, pues, lo que dijo o calló en su exposi­ción el flamante Premier. Lo que importa es desentrañar el significado de las movidas políticas que se han produ­cido en torno al nuevo gabinete. La más notoria, sin du­da, han sido los primeros pasos del embajador del Perú en España, señor Fernando Olivera, para romper la alian­za del FIM con el gobierno. Sus exigencias públicas para que el gobierno atienda una larga listó de reclamos (los mismos que la oposición ha venido haciendo desde el inicio del régimen de PP-FIM) no significa otra cosa que el propósito del señor Olivera de pasar a ser un nuevo y flamígero adversario del gobierno toledano, con la mirada puesta en las elecciones del 2006, en las que el líder fimista sueña llegar a la segunda vuelta como el abanderado del antiaprismo.

Ya la vaca del Estado ha sido bastante ordeñada desde la embajada en España y desde su cuota de ministros. Ahora le toca ir montando la candidatura presidencial de Olivera, opo­sitora a Toledo, con reclamos radicales que recién descu­bre y que hasta ahora ha venido callando, a pesar de es­tar viviendo (provechosamente) en las entrañas del régi­men al que comienza a criticar con acidez. A pesar de tan claras evidencias de que Olivera prepara un próximo alejamiento del régimen, el presidente Toledo insiste en que su alianza con el FIM está "más fuerte que nunca" y lo mismo declara, aunque con menor énfasis, su socio, el embajador en España con presencia constante en Lima. Hipocresías de la política que a nadie engallan y que abren tremenda interrogante sobre cómo será el próxi­mo escenario político peruano. ¿Será una nueva correla­ción de fuerzas que el premier Ferrero está esperando para tomar decisiones propias de concertación nacio­nal?... Pronto se sabrá, pues la situación actual es tan crítica que no puede durar mucho.

Y un añadido final. Nada tiene de democrático el co­mentario que algunos políticos hacen contra los parlamen­tarios fujimoristas, por el "delito" de votar a favor del gobierno. Esa actitud intolerante, fascistoide, solo logrará que crezca cada vez más la votación a favor del viejo régi­men. Esos parlamentarios tienen mandato popular, por lo general mayor que el de quienes pretenden excluirlos.

Canta claro por Francisco Igartua - "Arica: La del perro del hortelano" - Diario Expreso 10/01/2004


EXPRESO 21/06/2003

CANTA CLARO
Por Francisco Igartua

Arica: La del perro del hortelano


Tocar el tema político nacional se ha hecho algo así co­mo dar vueltas en redondo sobre un solo eje, sobre una misma pesadilla: los desatinos gubernamentales con sus telenovelas de fondo. Es el caso del desacertado nombra­miento del señor Ramírez Canchari como ministro de Trabajo. No por la gestión que va a cumplir (que podría desmentir las predicciones), sino porque el solo nombra­miento tiene que haber desanimado a inversores y empresarios, quienes son los generadores de trabajo. En po­lítica los gestos dicen mucho. Y este dice lo contrario de lo que se quiso decir. Se trata de tan extremo masoquis­mo que parece deseo de suicidio.

No vale, pues, la pena de seguir tocando el tema. Pase­mos más bien a los diálogos y entrevistas sobre la salida al mar, reclamada por Bolivia, asunto que ha animado nuestras últimas noches de televisión, revelando hechos que yo desconocía. Sé ahora, por boca de un diplomático peruano de nombradía, que el tratado de 1929 fue negociado directamente por el presidente Leguía, a espaldas de Torre Tagle. Lo que explica la evidente carga política de los complementos al tratado, complementos que en nada cambian la línea de frontera señalada en el docu­mento (Arica pasó a plena soberanía chilena), pero sí añadían florentinismos limeños (no florentinos) para dar la falsa sensación de que el Perú no había abdicado sobe­ranía total de esos territorios. Leguía, como político, que­ría salvar la cara y enredó las cosas, poniendo en aprie­tos no a Chile, sino a cualquier interés de terceros en la zona (Bolivia). Una posición de perro del hortelano que no come ni deja comer y que en nada ha beneficiado al Perú.

Quién sabe la intervención más interesante, no solo por lo que dijo, sino por lo que dejó entrever, fue la de Rodríguez Elizondo, periodista chileno que pasó años en el Perú y dejó amigos que mucho lo recuerdan. En palabras gratas a los oídos peruanos puntualizando la situación en concor­dancia con las recientes declaraciones del presidente La­gos, o sea, explicó que Chile tiene posiciones de Estado que no varían de un gobierno a otro y cuyo norte fue traza­do por Diego Portales en el siglo XIX. También, sin querer queriendo, recordó que la salida al mar para Bolivia ya ha­bía sido concertada y aprobada en 1975 con el "abrazo de Charaña" entre los presidentes Banzer y Pinochet. No dijo más, porque ya estaba todo dicho: Chile no es responsable de que ese entredicho todavía no haya sido resuelto. Tampoco Bolivia, que había aprobado el acuerdo. No necesita­ba decir que el Perú fue el responsable.

Frente a esta posición, que refleja una política nacio­nal coherente, estable y firme, los declarantes peruanos jugaban con las palabras y se refugiaban en razones sentimentales derivadas de la derrota de 1879... Con seme­jante criterio, la Comunidad Europea (donde abundan las derrotas) no se habría formado, sería un nonato, capricho de algunos ilusos intelectuales y no la formidable potencia que es ahora.

La lección es clara. El Perú necesita un derrotero nacional y defender sus intereses. Por lo pronto, no debe entrometerse con propuestas extravagantes en el dife­rendo boliviano-chileno y sí defender, en el momento oportuno; sus límites marinos, donde están en juego mi­llones de dólares.

Aquí acaban estas atropelladas líneas, porque el espa­cio es tirano en este oficio.

Canta claro por Francisco Igartua - "Excesivos excesos de la CVR" - Diario Expreso 21/06/2003

EXPRESO 21/06/2003

CANTA CLARO
Por Francisco Igartua

Excesivos excesos de la CVR


Al momento en que se va desvaneciendo dramática­mente la gobernabilidad en el país y asoma de nuevo el rostro mefítico del terrorismo, la Comisión de la Verdad ha llegado al extremo de viajar, ¡en busca de "apoyo po­lítico"!, a los EE.UU. Y, a la vez, sigue dando muestras de no tener una visión serena de la tarea que le fue en­comendada. Con hipocresía frailuna quiere explicar su infeliz declaración de que Sendero y el MRTA son parti­dos políticos, alegando ahora que su intención es "rein­corporar" esas bandas polpotianas al sistema democrá­tico. Apunta así a borrar la publicidad que les dio a es­tos criminales, presentándolos en la Tv como chicos arrepentidos de un camino equivocado.

No, señores comisionados, no. Esas bandas asesinas no son partidos políticos y peor aun sería ¡reincorporar­los a la democracia! ¿Para qué? ¿Para, una vez libres, reincorporarse –aquí sí cabe el término reincorpora­ción –a la lucha armada que ya está de retorno, con no pocos senderistas liberados entre sus filas?

Y, ¿qué "apoyo político" pueden estar buscando los comisionados en los EE. UU.? El único respaldo político que necesitan, y que ya tienen en exceso, es el que les da la prensa, la sociedad y el gobierno peruano. Sin em­bargo, descaradamente se proponen hacer lobby en Washington para presionar al Estado que los nombró y les cubre todos sus gastos –incluido este paseo– para que sus recomendaciones sean atendidas como un mandato. Dicen, también, que buscan financiar las re­paraciones civiles a favor de las víctimas del horror desatado por Sendero, pero ojalá que no sólo sea financiación, porque al Estado peruano se le hace abrumador el pago de las indemnizaciones millonarias (a escala yanqui), que en estos casos impone la Corte Interamericana, de la que, curiosamente, se excluyen los EE.UU.

Todo esto no significa que olvidemos el espanto de lo ocurrido y no reflexionemos sobre cómo evitar que sec­tas sanguinarias como Sendero vuelvan a sembrar, en el Perú, el delirio de la violencia y las fuerzas del orden no vuelvan a cometer los crímenes que cometieron. Pero debe haber racionalidad en el análisis, y precisión y ver­dad a la hora de señalar responsabilidades. No es justo que se sindique de asesinos a quienes mataron en medio del accionar militar (que siempre será brutal), contra al­zados en armas que cometían todo tipo de horrendas salvajadas contra indefensos campesinos y contra casi inermes policías. En una guerra, el movimiento de unas ramas hace que el soldado dispare al busto, pudiendo haberlas movido un conejo o un niño. Así es, y así será siempre la brutalidad de la guerra. Pero, otra cosa im­perdonable y para no ser olvidada jamás, son las masacres en frío cometidas por algunos militares desquicia­dos. Ahí sí el olvido es un delito, igual al olvido del por­qué y cómo se produjo tamaño desvarío de muerte.

Lo que falta en la Comisión de la Verdad es equilibrio y eso no podrá alcanzarlo con integrantes que, más que imparciales en la contienda, fueron amigos cercanos de la prensa que, sibilinamente, apoyó a Sendero.

Canta claro por Francisco Igartua - "Los soviets, Sra. Macher, no son un partido politico" - Diario Expreso 14/06/2003

EXPRESO 14/06/2003

CANTA CLARO
Por Francisco Igartua

Los soviets, Sra. Macher,
no son un partido político


Con estupor he visto y leído, en la prensa y la Tv de es­tos días, a respetables voceros de la sociedad civil (Tapia, Macher, De Althaus, Gorriti) dando cátedra de sabiduría política Lo han hecho, sin embargo, con tan vanidosos aires de perdonavidas que han acrecentado el disparate de calificar a Sendero Luminoso de partido político.

Frente a tan grande tontería no puedo dejar de aprovechar la ocasión para reírme un poco a costillas de estos defensores de la ideología como partido po­lítico. Reírme, porque enojarse sería un desperdicio de energías.

¿De dónde acá una ideología es partido político?... Otra cosa es que con base en ideologías se formen parti­dos políticos, entidades que solo pueden ser hijas de la democracia Los partidos políticos que niegan la posible existencia de competidores de su ideología (los partidos únicos, dueños de la verdad) no son partidos políticos. Son una partida, banda, asociación de facinerosos, por­que su aspiración es liquidar a la democracia y establecer el totalitarismo. No son, repito, partidos políticos. Y las bandas criminales como Sendero o el MRTA lo son menos aun, porque se inician como delincuentes, en contra­posición a la confrontación de ideologías que solo en de­mocracia puede darse.

Al parecer, el origen marxista de algunos de los cita­dos les hace creer que, como existen partidos comunis­tas a los cuales admiraron, el comunismo es partirlo político. No, señores Tapia y Macher. Cuando el comunismo, el fascismo y el nazismo llegan al poder y entronizan su camuflada ideología de partido único, dejan la apariencia de partidos políticos y se transforman en bandas criminales del aparato del Estado. El Soviet y el Reich son la negación de la democracia, que es, repito, confrontación de posiciones ideológicas, no producción de cadáveres. Ni Sendero ni el MRTA han pasado siquiera por la etapa del camuflaje.

El concepto de partido político, cuyo germen está en el diálogo griego, nace con la Revolución Francesa en cuanto esta deja de ser barullo y guillotina. Y un partido político está organizado cuando sus afiliados tienen un pensamiento igual frente a los problemas del Estado, más que cuando los aglutina una ideología. Puede haber, por ejemplo, católicos en partidos políti­cos contrapuestos.

Los partidos políticos son hijos legítimos de la demo­cracia, de la confrontación de pareceres o, para decirlo con palabras de Federico More, "fundados en la coexistencia amistosa de todas las clases sociales; en la libre convivencia y en la honesta discrepancia". No tienen pues cabida en ella (en la democracia) los grupos, bandas o facciones que se proponen establecer una dictadura de pensamiento único. Darles categoría de partidos políti­cos a Sendero Luminoso o a los tupamaros es una aberra­ción; es comparar, poner al mismo nivel, la barbarie nazi o soviética con el libre juego de las ideas e intereses en los que se funda la democracia.

Bien ha dicho, por lo tanto, presidente Paniagua cuando afirma que "Sendero, no fue, no es ni podrá ser un partido político porque, para serlo, hay que ser una orga­nización que compita en democracia". Añadiendo que "democracia no es una lucha entre bandas criminales que pretenden imponer por la fuerza sus puntos de vista".

Canta claro por Francisco Igartua - "El ejemplo argentino y la crisis peruana" - Diario Expreso 07/06/2003


EXPRESO 07/06/2003

CANTA CLARO
Por Francisco Igartua

El ejemplo argentino
y la crisis peruana


No es cierto que, como dice PPK, en el Perú todo se amelcocha, se amazamorra, insinuando que aquí nunca pa­só ni pasará nada. Es esta una visión antigua, perversamen­te optimista. Hoy, dentro de esa viscosa realidad, hay nue­vas variables que permiten avizorar un mañana diferente y más que incierto. No hay duda de que, si observamos con los ojos del pasado, sería fácil asegurar el desenlace del ac­tual desgobierno en el que hemos caído luego de la salida en falso de los militares y la entrega del Ministerio de Educación a la comprobada eficacia política (no educativa) del partido Patria Roja, controlador del sindicalismo magiste­rial, solo confrontado por Pucallacta, un partido más rojo que Patria Roja. Mientras que la mayoría de maestros calla por miedo y porque la huelga le abre alguna esperanza de mejorar su suerte.

Frente a esta realidad –fallo estrepitoso del "¡basta ya!" presidencial y la inminente politización de los colegios–, la salida tradicional hubiera sido (antes de que se firmaran los 40 puntos que pondrán en manos del SUTEP la educación nacional) un golpe militar que detendría el problema, pero dejando intactas las causas de esas rebeldías. Hoy, se­mejante "solución" no es posible por razones evidentes; salvo que los EE UU vuelvan a viejas andadas y decidan que la redención peruana salga de los cuarteles, con lo cual habríamos vuelto a la “normalidad" que decía Martín Adán, o sea, a la mazamorra a la que se refiere PPK ¿Que esta de­cisión sería incongruente con el apoyo abierto del Departamento de Estado al candidato Toledo?... Sí, pero para los imperios la congruencia es muy elástica A estas provincias sudamericanas nos queda, pues, poco margen para hacer política propia.

Dentro de ese margen es que me aventuraré a puntualizar las posibles variantes de esta angustiosa situación. Por lo pronto, es totalmente equivocado creer que las de­cenas de miles que se manifestaron el martes en las calles de Lima y otras ciudades del país representan a las mayorías nacionales. Estas se pronuncian en las ánforas, no en las calles.

Lo que indican esas marchas es que la izquierda radical, cercana al senderismo, va tomando fuerza y podría alcanzar significativa presencia en el próximo Parlamento. Sin embargo, ¿habrá próximo Parlamento?... Me temo que no, Porque si, como es de prever, del desgobierno pasamos al caos, a la anarquía, no habrá elecciones. Se abrirá, un vacío de poder que, como siempre y en todas partes (De Gaulle en el 56), lo llenará la fuerza, no necesariamente militar en este caso. Esas minorías que capturan las calles podrían esta vez reemplazar a las milicias. Algo indeseable cuyo ca­si único remedio está en que los dirigentes nacionales adviertan que el gran problema peruano (la aguda presión so­cial) lo tienen que enfrentar sin medias tintas, poniendo de lado los imbéciles dimes y diretes en los que están sumer­gidos. Y un paso indispensable para ello –no como solución, sino como gesto que abra las puertas del diálogo sin­cero entre los de arriba y los de abajo– es seguir el ejemplo del presidente argentino y reformular revolucionariamente el Presupuesto (no maquillarlo a la limeña), así como bo­rrar cédulas vivas y otras vivezas. Es una aberración clamorosa que, frente al hambre de policías, maestros y enfermeras, haya muchos –muchísimos– funcionarios públicos que ganan miles de dólares mensuales; con derroche, además de viajes, custodios, propaganda.

A todo esto habría que añadir algo que, no por alambicado, deja de ser realista ¿por qué no puede haber un primer ministro jefe de gobierno, dejando que el Presidente ejerza como jefe de Estado? Sería un paso desesperado, avalado por la urgencia, que podría poner orden al desor­den en el que vivimos.