sábado, 28 de marzo de 2009

MI PRIMO PACO por Nini Ghislieri - Oiga 09/11/1992


En esta nota, Nini Ghislieri revela pasajes desconocidos de la vida de su primo Paco Igartua; son una sarta de anécdotas, algunas conmovedoras, que contribuirán al mejor conocimiento de uno de los más importantes testigos y protagonistas de nuestra historia actual. Las fotos son inéditas. Eso sí, estamos seguros que, de haber estado aquí, Paco no hubiera aprobado su publicación.

La figura de Paco, en­trando y saliendo de nuestro hogar en La Punta, cuando éramos niños, nos trae mu­chos y nostálgicos re­cuerdos. Su presencia no era la de un primo cualquiera, lo sabíamos por el trato especial que mamá le dispensaba y el cariño que, comparti­do con su hermana Mima y nuestro pri­mo Lucho creció entre nosotros, desde entonces y para siempre.

Había escuchado que Paco y sus her­manos hablan tenido una vida azarosa en la primera parte de su infancia. Hijo de padre vasco y madre peruana descen­diente de catalán y genovesa, su lugar de nacimiento había sido el cálido pueblito de Chosica, desde donde su familia, bus­cando un lugar donde echar raíces, se trasladó a la provincia andina de Aija, en el departamento de Ancash. Allí permanecieron unos años y allí nacieron sus hermanos menores, mientras su padre administraba un rico fundo de la región. Cuando éste falleció víctima de la terrible enfermedad de Carrión (la verruga pe­ruana), se trasladaron a la casa de la abuela materna, en la plaza Grau de El Callao.

Era muy comentado entre la familia, que los chicos lgartua al llegar hablaban fluidamente el quechua entre ellos, a tal punto que el nombre de Laco, uno de sus hermanos, proviene de la palabra 'yacu' que significa agua en nuestro lenguaje vernacular. Como es de suponer, pasa­ron entonces por una difícil etapa de adaptación a las costumbres costeñas, y a los hábitos del nuevo hogar.

Paco empezó a asistir al colegio de los Hermanos Maristas de El Callao, desde donde regresaba todas las tardes tan su­cio y con las ropas tan destrozadas que su madre lo amenazaba con vestirlo con costales y amarrarle a la cintura los útiles escolares para que no los perdiera, como sucedía a menudo. Al parecer, la facha de Paco no era tanto consecuencia de riñas callejeras, que no iban con su carác­ter, sino de las travesuras de pesca y otras aventureras incursiones que realizaba con su primo Lucho y un grupo de ami­gos a la boca del río, la parte rural y agreste que aún poseía El Callao de esa época. Los zapatos mojados y el deterio­ro completo del uniforme eran conse­cuencia de su paso por los pantanos y matorrales que con su pandilla hacían para llegar al sitio donde muere el mile­nario río.

A pesar de sus palomilladas, Paco sintió siempre, como hijo mayor que era, el deber de velar por sus hermanos Her­minia, Laco y Mima. Un sentimiento que se profundizó, sobre todo, hacia su her­mana menor a raíz de la trágica desapa­rición de su madre, una mujer extraordi­naria.

Siendo aún joven estudiante de secun­daria decidió hacerse seminarista, respondiendo a lo que él creía era una ur­gente vocación religiosa. Esta decisión lo llevó a viajar a Chile, de donde tuvo que regresar por problemas de salud y porque ya se habla diluido su juvenil deseo voca­cional.

Regresó entonces al colegio de los Hermanos Maristas para culminar sus estudios, reincorporándose también así al seno de sus queridos amigos chalacos y a su inseparable compañero, el primo Lucho Empezaron, entonces, las inquietudes propias de la edad, los paseos por el Malecón, las retretas y los espec­táculos de varieté en el Edén cine. Cuan­do les preguntaban en casa por qué llega­ban tan tarde, invariablemente la res­puesta era: "Nos encontramos con una fiesta en el camino....”

Al terminar la secundaria ingresó a la Universidad Católica con la intención de estudiar Derecho. Sin embargo, sus mar­cadas inclinaciones hacia el periodismo (por esa época comenzó a escribir en Jornada y en La Prensa) lo hicieron abandonar la carrera de las leyes para emprender un oficio en el cual encontró su verdadero destino, su propia realiza­ción.

De ahí en adelante la vida de Paco es una historia conocida. Pero nosotros guardamos el recuerdo de un Paco juve­nil, de muy buen porte, sujetando siem­pre en su mano un cigarrillo que parecía interminable, dispuesto a dar todo lo que tenía si era necesario. Como también a olvidarse, involuntariamente, de peque­ñas cosas como la de llevamos al cine que nos había ofrecido o ira comer la prometida butifarra.

Su mente andaba en otros asuntos, no siempre podíamos contarle, por ejem­plo, que teníamos un nuevo patinete, pero eso no impedía que, de vez en cuando, aceptara vestirse de cura para el bautizo' de una de nuestras muñecas o nos enseñara el juego de la pelota vasca. También nos enseñó, desde cuando éramos pequeños, que sostener una idea no sólo consiste en exponerla acalorada­mente en una discusión, sino que había que defenderla aunque pudiera costar la libertad y hasta la vida. Esto lo vimos y lo vivimos con angustia en varias ocasiones en que era perseguido por el poderoso de turno. Si bien la tía Juana, entonces, le aconsejaba no meterse en este tipo de problemas, en el fondo lo comprendía y nosotros lo admirábamos, como lo hace­mos aún hoy día.

Paco también nos divertía con hechos insólitos. Era muy común que se encontrara de pronto sin dinero en el bolsillo (costumbre que no ha perdido a pesar del tiempo), lo cual lo llevaba muchas veces a tener que pagar la carrera del taxi que lo llevaba a casa con su corbata, su correa e incluso, en ocasiones, con-sus zapatos. (Todo dependía del lugar de dónde venia, y lógicamente La Punta no estaba preci­samente muy cerca de Lima, que era su centro de actividades). "¡Imagínate lo que ha hecho este muchacho!", comentaba la tía Juana y nosotros escuchábamos y nos reíamos en silencio, porque en el fondo nos encantaba las cosas que hacia nuestro primo. Su presencia en casa fue siempre sinónimo de vida, de alboroto de Inquietud intelectual y sensibilidad artística contagiantes. Además, cuando se metía en la cocina preparaba unos platos deliciosos. Mi mamá y Paco eran, todo un binomio en el arte culinario familiar, afición que ha mantenido y enrique­cido con los años.

No puedo dejar de recordar su agita­ción el día que llevó a casa una lista de posibles nombres para una revista que fundaría días más tarde con su compañe­ra de ese momento, Doris Gibson. Al final el nombre elegido fue Caretas y en ella volcó, entonces, todo su genio crea­dor y varios años de intensa vida bohe­mia y de periodismo.

Esta es, en síntesis, la imagen que guardo de mi primo Paco, una imagen de otra época que ha cambiado muy poco En esencia, para nosotros, es el mismo un hombre único que va dejando una huella muy clara de su capacidad en el oficio (él nunca acepta que el periodismo pueda ser una profesión), de la claridad de sus ideas y principios, de ser como hombre y como periodista En tres palabras, un primo excepcional. (Nini Ghislieri)

No hay comentarios:

Publicar un comentario