viernes, 22 de febrero de 2013


FRANCISCO IGARTUA
EDITORIAL En cuenta regresiva la libertad de prensa
Revista Oiga, 19/07/1993

Una de las más recientes hazañas del fujimorismo es haber liquidado el libro en el Perú. Así como se lee, sin eufemismo alguno. Y, por si hay dudas, trasladaré la frase a términos matemáticos: Al inicio del régimen, en plena crisis económica alanista, se importaban 30 millones de dólares en libros, hoy, en pleno éxito económico de Fujimori, esa cifra ha bajado a 4 millones. Sin que se pueda replicar que tal baja se deba al crecimiento de la industria editorial peruana, pues ésta se encuentra en una de las peores crisis de su historia, por las mismas razones que han destruido el negocio de importar libros: en el Perú la cultura –¡Por abundar en demasía!— paga los mismos o mayores impuestos que una máquina tragamonedas, una crema para el sol o una escopeta de juguete para Kenyi.

¿Pero por qué se extraña usted de leer lo que está leyendo? ¿Se puede esperar otra cosa, en asuntos culturales, en sensibilidad espiritual, de un jefe de Estado que acaba de declarar en el Brasil, invitado a una reunión con los líderes de América Latina, España y Portugal, que él no asiste armado a las cárceles porque, si llevara pistola, mataría a varios terroristas presos…? La frase, biensonante sin duda no sólo entre las damas de La Parada sino en la mayoría de los salones limeños, explica muchas cosas, entre ellas el trato que recibe la cultura en estos días de Economía de Mercado a ciegas, a oscuras y a la peruana. Lo que no quiere decir que en el pasado haya habido demasiada atención a la educación y a la cultura en el país. Ya se decía en esta misma columna, hace una o dos semanas, que entre las muchas diferencias que distanciaban a Chile del Perú se haya el mayor desarrollo cívico y cultural de la sociedad chilena, inquietada por estos asuntos desde el siglo pasado. (Siglo XIX. N. de R.) Desde tiempos en que la dirigencia peruana era, de lejos, mucho más, culturalmente, que la chilena. Pero tiempos en los que las elites peruanas –también más adineradas que las del Mapocho— preferían arañarse entre ellas y contratar militares de fortuna para gobernar el país y cuidar sus intereses. Triste tendencia a cerrar los ojos y entregarse en manos del destino. Tendencia que hasta hoy persiste en el Perú; mientras que en Chile la madurez cívica –que no nació y se hizo fuerte en un día— siempre se impone, con sus hombres representativos a la cabeza, sobre los errores en que el país haya resbalado en el trascurso de la historia.

Pero no es tema de esta nota el desencuentro del Perú con su destino, en comparación con Chile, ni tampoco ocupa su atención el desafortunado papel jugado en el pasado y el presente por sus inteligentísimas y desorientadas elites. El tema de hoy en estas líneas es el libro y la industria editorial, una de las varias demoliciones institucionales ya realizadas por Fujimori para, como dijo en Brasil, en su discurso de fondo, “replantear la democracia” y reconstruir el Perú. Esta columna está dedicada a la liquidación del libro y de todos los impresos que incomodan a la ‘moderna democracia’ que Fujimori ha propuesto como grandísima novedad, olvidándose, como se lo ha recordado Francisco Tudela, que el sistema fue replanteado hace dos mil quinientos años por los griegos y que “ya es un poco tarde, después de tantos siglos, para proponer la intención de una nueva democracia”.

El ‘replanteamiento’ de Fujimori resultará más parecido a una dictadura –sistema también inventado por los griegos hace siglos— si repasamos el resultado de sus ‘éxitos’. Fujimori, por medio de un golpe militar, violó la Constitución, que sólo en ficción ha sido repuesta, pues el gobierno ha incumplido cada vez que le da la gana y sin explicación alguna. Nadie discute que, en el Perú actual, el señor Gobierno es la Ley. A la vez disolvió el Congreso, que tenía igual respaldo electoral que el presidente, y en contubernio con la OEA de Baena y Gros Espiell, creó un remedo de Parlamento, el CCD, cuyo único objetivo es darle visos de legitimidad a la reelección de Fujimori. Jamás en la historia del Perú, salvo en el oncenio de Leguía, ha habido una Asamblea más obsecuente con el Ejecutivo que el CCD. También descabezó Fujimori el Poder Judicial y la Fiscalía de la Nación e hizo flecos con jueces y fiscales, a los que reemplazó con sus propios fiscales y jueces, nombrados a dedo. Un cambio aberrante, de cuyas escandalosas distorsiones y abusos darán fe los miembros de las organizaciones de Derechos Humanos que, asombrados, acaban de asistir a la actuación de la justicia fujimorista, en el caso de cuatro tumbas con cadáveres calcinados descubiertas en un basural. Horrendo asesinato en masa, al parecer uno más entre otros muchos, que no sería de extrañar resulte siendo achacado al periodista que hizo la denuncia.

Pero el gran éxito, el triunfo extraordinario, el superlativo acierto del señor Fujimori ha sido la implantación de la economía de mercado en el Perú. Y la receta de tan descomunal hazaña ha sido sencillamente: seguir al pie de la letra las recomendaciones, órdenes, consejos, insinuaciones de los técnicos del Banco Mundial, el FMI, el BID, etc. Lo único malo de tan sencilla y extraordinaria receta está en que algunas de esas recomendaciones, por pecar de ortodoxas y librescas, se dan de narices con la realidad peruana. ¡Se quería poner el 18% del IGV hasta en los colegios! ¡Y casi lo logran!

Sí, lo vienen imponiendo en libros, periódicos, revistas. Con lo que la Democracia Dirigida o Replanteada del señor Fujimori –o sea una dictadura al estilo clásico griego— no se inmuta por un lado, ya que la baja cultural no le quita el sueño, y por el otro se frota las manos, porque así, sin violencia, se pone al borde de la clausura o el silencio a la prensa de oposición. Es imposible que puedan subsistir –en el Perú y en muchos otros países— el negocio de libros y las empresas editoras de periódicos y revistas con 18% de IGV en la venta de ejemplares, 18% por los contratos de publicidad –a pagar aun antes de que sean cancelados—, 15% en derechos de aduana por los insumos (para las revistas 25%), además de los tributos normales que, en esta revista, siempre estuvieron religiosamente pagados al día de vencimiento.

Se trata de impuestos que a nadie se le ocurriría siquiera proponer en Colombia, Argentina, Uruguay, Ecuador –prácticamente en toda América Latina— y que en algunos países europeos no sólo no existen sino que hay subvenciones para la prensa, por ser ésta el máximo difusor de la cultura cívica y de información básica.

Aquí se está exigiendo ese imposible pago y, usando a ciegas el igualitarismo del mercado, con la vehemencia pendular que es norma nacional, el gobierno del señor Fujimori y sus geishas han arruinado a la industria editorial, han logrado que un país semianalfabeto, reacio a la lectura, reduzca al mínimo su capacidad de leer no sólo libros sino cualquier publicación. Los días de plena libertad de prensa en el Perú han ingresado a una cuenta regresiva que no se sabe cuánto será de larga. Cuando se llegue a uno habrá quien grite: ¡Abajo la lectura, viva la pena de muerte y que vengan las pistolas para entrar a las cárceles! ¡Arriba la barbarie!

¿Por qué, como es ya costumbre del CCD, no se rectifica una votación más y se impone, como se quería, el IGV a los colegios? Así el modelo peruano de mercado sería perfecto, recibiría el Perú los parabienes del mundo entero y los peruanos nos moriríamos de hambre, sin lectura, pero en olor de santidad mercantilista (en el sentido real de la palabra). 

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