sábado, 20 de junio de 2009




56 minutos: Eran otros tiempos, y aunque no había Gladys que aparecieran eróticamente, ya la publicidad te­nía sus trucos: Arriba, la cara amarga de un fumador que se queja: ¡Demo­nios, qué cigarro tan malo! Abajo: la misma cara del fumador, pero son­riendo: ¡No os veriais en esos apuros si fumarais cigarrillos El Figaro!, por ejemplo.

Aversión a los reportajes

58 minutos: Cuando me advirtió que ya habíamos conversado algo, me pe­só no haber llevado lápiz para tomar alguna nota. "No se preocupe (me di­jo él), porque yo no le he concedido una entrevista. Hemos conversado pa­ra que Ud. haga una semblanza, si al­go tuviera que escribir sobre mí”, agre­gó. (Después su hija Elvira, insepara­ble compañera de sus viajes a través del tiempo y de los mares, confirma­ría la aversión del ilustre hombre de prensa, a los reportajes. “¿Para qué –contesta él – si tengo un periódico donde puedo verter mis opiniones?”

61 minutos: Los perros me recibie­ron con ladridos en su residencia, y uno de ellos casi se pasó de leal. A propósito, para el doctor Miró Quesada, nada hay más valorativo en el hombre que la lealtad y la amistad, pero con una advertencia: ‘Soy amigo hasta donde llegan los límites de mi país. Porque entre los intereses de la patria y los de la amistad, a la amis­tad hay que dejarla de lado”.

66 minutos: En un sofá muy muelle, en su residencia de Javier Prado, de­lante de unas breves estatuas de már­mol, el hombre hace recuerdos infini­tos. Su vida llena de anécdotas co­mienza cuando a los pocos días de na­cido, ante la invasión de los chilenos, tiene que ser llevado a Ancón en una caja de vino. Después todo es un ir y venir incesante. De clorificar el agua que bebe Lima, puede pasar o pasa con facilidad a una legación en Suiza; de asfaltar el jirón de La Unión va a re­presentar al país en La Liga de las Na­ciones. Es alcalde de la ciudad con la misma maestría con que desarrolla su cátedra en San Marcos. Escribe un editorial, dos, cien contra la IPC igual como funda el primer refectorio es­colar en el país. “Según una encues­ta que mandé hacer, los niños pobres se desmayaban en la primera hora de clase. Resulta que no comían la no­che anterior ni tomaban desayuno en la mañana siguiente”. Entonces fun­da ese refectorio, propone escuelas al aire libre al estilo de Charlottembur­go y pide como allá, para los niños, doble ración de alimento, doble ra­ción de aire puro y media ración de trabajo.

¿Recuerdos imborrables? Los dolorosos.

70 minutos: No se puede dar la vuel­ta al mundo de una vida de 90 años en 90 minutos, pero resulta hermoso intentarlo aunque sea para titu­lar. Pero, digamos, doctor Luis, ¿po­dría señalar algunos de sus recuerdos imborrables?. “Los imborrables siem­pre resultan ser los más dolorosos. El placer es siempre pasajero, el dolor es permanente y a veces, hasta eterno”. Entonces, quiso recordar a su espo­sa. “Elvira –dijo– fue una mujer sin la cual yo no habría llegado a ser al­go en la vida. Ella me daba aliento para toda empresa, Leguía me man­dó decir una vez que me daba 15 días para arreglar mis papeles. Yo le man­dé decir, primero que averiguara dón­de estaba escondido; segundo, que me hiciera detener; y, tercero, que me de­portara. En esos días, había una re­cepción oficial en una embajada. Yo le dije a Elvira, vamos a la recepción. Fuimos y mi presencia causó revuelo singular. Lo recuerdo, perfectamente, todo ahora.

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