sábado, 20 de junio de 2009

DON LUIS MIRO QUESADA - 90 AÑOS EN 90 MINUTOS - Oiga 4/11/1970






Oiga – Portada y Págs. 14, 15, 16, 17

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OIGA SEMANARIO DE ACTUALIDADES

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NUMERO 402



AÑO VII



4 DE DICIEMBRE DE 1970

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90 AÑOS



QUE SON NOTICIA

SOY AMIGO hasta donde llegan los límites de mi país…


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DON LUIS MIRO QUESADA



90 AÑOS EN 90 MINUTOS

MAÑANA sábado cumple 90 años don Luis Miró Quesada, patricio ejemplar a quien el Perú le debe mucho y periodista de garra, hombre de combate y de pasión, al que –seguramente por estas razones– nos sentimos cariñosamente ligados. Como homenaje de OIGA a su figura patriarcal, van a continuación unos ágiles apuntes de Manuel Jesús Orbegozo. En ellos está retratado el temple, la firme y sobria personalidad de don Luis, un hombre con auténtico valor –que es el moral–, de exquisito trato y terco cariño al Perú y a los suyos, Un hombre joven a sus noventa años.

0 minutos: “Yo sabía que nos iban a atacar y por lo tanto hice la advertencia: Hay que comprar armas, re­vólveres, tenemos que armarnos. Mi padre no quería exponernos y mi her­mano Antonio era enemigo de la vio­lencia, en esos días había perdido un hijo y estaba anonadado. Oscar y Mi­guel estaban de acuerdo conmigo.

2 minutos: “Aquí tiene usted el té, el azúcar, sírvase. Verá Ud., esto es lo único que me queda de sajón”. Cla­ro, sabemos además, que todo el res­to lo tiene de criollo, aunque una vez, cuando le sirvieron un vaso de vino, usted había dicho: “Ustedes saben de mi profundo nacionalismo, pero en materia de vinos –de los que suelo beber un sorbo de tarde en tarde–, bueno, no soy muy nacionalista que digamos”.

7 minutos: Hay que recordar que era setiembre (1919), y en el cielo bri­llaba la constelación de Virgo. Los gendarmes habían dado otro golpe y la ciudad (acaso 100 mil habitantes) se había conmocionado un poco. La Ley Seca entraba en vigencia en los Estados Unidos bajo los auspicios de “La cosa nostra” y en el cine Alham­bra, Olga Petrov hacia su debut, con orquesta. Don José Pardo se cubre con un paletó, se pone sus guantes de previl, toma su sombrero de paño negro y se da preso. Entre ga­llos y medianoche se lo llevan al Pa­nóptico (todavía no se había inventa­rio El Frontón) y Leguía inicia así el oncenio.

12 minutos: “En el seno de mi fa­milia yo insistía en armarnos, esgri­miendo dos argumentos: A) de orden moral y B) de orden práctico. A, por­que eso significa defender nuestra ca­sa, nuestra propiedad, el periódico; y B, porque a ningún gobierno nuevo le conviene un conflicto de esta natura­leza, en pleno centro de la ciudad”.

17 minutos: El coronel Samuel del Alcázar que había hecho la campaña de la Breña con el general Andrés Avelino Cáceres, se decide a atacar Palacio de Gobierno. Cuando llega, Cáceres le sale al frente: “¿Qué va a hacer Ud., coronel?” le dice. El coro­nel le contesta: “Simplemente voy a hacer lo que Ud. nos ha enseñado, mi general”. Cáceres le replica “¿qué?...” “Bueno –le contesta del Alcázar–, no entiendo bien lo que me dice Ud., mi general”; toma su espada y la quiebra en dos en su rodilla. Se da media vuelta y pasa a formar la le­gión de los tercos y frustrados defen­sores de la Ley.

Enérgico poder de decisión

21 minutos: “El 10 de setiembre, una turba ataca las oficinas de “La Pren­sa”. Las incendia, las apedrea. Enton­ces, nosotros nos ponemos sobre avi­so. A las 7 de la noche estamos en la dirección del periódico, cuando en eso suena el teléfono. Descuelgo el fono y oigo la voz de mi cuñado Alejandro Garland que me llama desde “El Palais Concert”, “Aló, Luis, una poblada va a atacar El Comercio”. No había tiempo que perder: Tú allí, Lizandro; Oscar, Miguel, ustedes allá; Juan, Tomás, rápido, a sus emplazamientos, us­tedes también Pedraza, Vega, éramos 17 en total.

26 minutos: “Afuera se oía ulular a la multitud. Gritan desaforadamente, abajo El Comercio, mueran los miro­quesadas. Teníamos un punto débil: La puerta de administración, que ce­dió ante el empuje. Antes de que la turba entrara al hall principal le gri­to al conserje para que eche llave a la puerta, veo que le tiemblan las ma­nos, corro, le quito las llaves y tran­co. Después comprobaríamos que el conserje era un traidor. Desconecté la llave principal de la luz y corrí a parapetarme detrás de cuatro bobinas. Todo había quedado bajo la penum­bra y sólo se veía los fogonazos de los disparos. Comprendimos que nos estábamos jugando la vida y contes­tamos el fuego. Cae un atacante en el hall y la turba frena su embestida. La grita era ensordecedora, Una ba­la atraviesa el sombrero de Miguel. Vemos que cae otro, otros; pero el fuego no cede, hasta que poco a poco se va apagando, crepitando como una gran hoguera. Había trascurrido más de 30 minutos. Nos habíamos sal­vado y habíamos salvado El Comer­cio.

30 minutos: Un sorbo de té, otro sor­bo, y otro.

31 minutos: El doctor Oscar Miró Quesada me había dicho una vez: Ad­miro, en mi hermano Luis, la armo­nía que guarda entre la rectitud y el sentimiento. También, su nacionalis­mo total, sin xenofobia, y su gran amor por la justicia social. Pero entre otras cosas, su enérgico poder de decisión. Una vez, Glicerio Tassara iba a lanzar otra edición de “Idea Li­bre” contra mi padre. Estábamos en un rincón de la universidad cuando Luis dijo: “Vamos a impedir que sal­ga ese ataque”. Recuerdo que con no­sotros estaban Pazos Varela y Carlos Zavala. Fuimos a “Idea Libre”. No bien entradmos en la dirección, Tassara sa­có su revólver y me apuntó. Luis sal­tó sobre él, pero ya Tassara había dis­parado. Lo rodeamos para desarmar­lo, mientras Pazos Varela estaba ago­nizando ahí mismo. El tiro le había caído en el corazón. Cosas del destino, pero Luis ha sido así siempre”.

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