viernes, 10 de abril de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Cuatro sucesos desiguales – Revista Oiga 26/09/1994


Semana de hechos significativos ha sido ésta. Por un lado, Javier Pérez de Cuéllar aceptó el reto de ser candidato a la presidencia, a pesar de conocer - las circunstancias en las que tendrá que competir – “No cuento con el apoyo de fuerzas económicas y menos aún con los variados recursos del poder”- pero también a sabiendas, por experien­cias locales y extranjeras, de que el dinero y el poder no compran conciencias. Se trata de un hecho histórico que se alza contra la vieja práctica política de la reelec­ción, que tan malos resultados dio siempre en el Perú y en América Latina. Aquí, en estas latitudes, la reelección transformó en dioses, impajaritablemente, a los autócra­tas. De este tema, del lanzamiento de la candidatura de Pérez de Cuéllar y del men­saje memorable y preciso pronunciado el jueves pasado por el ex Secretario General de la ONU, se ocupa la revista en las páginas que siguen.

Otro hecho destacable, en cierta for­ma vinculado al anterior, se produjo en la selva: el jefe de Estado, ingeniero Fuji­mori, se subió a un helicóptero de la organización norteamericana antinarcóti­cos, y dio orden de que arrancara. La orden no se cumplió de inmediato y el jefe de Estado montó en cólera, se bajó del aparato y los pilotos -miembros de la po­licía peruana- han sido traídos a Lima, quedando los aparatos inmovilizados. Un nuevo incidente que coloca las relaciones peruano-norteamericanas en un punto de tensión mayor que el producido en época de Velasco con la expropiación de la IPC.

No es del caso, naturalmente, diluci­dar quién tuvo la razón en este incidente. Muchos sucesos del pasado y, ahora, la falta de sensibilidad política exhibida por Estados Unidos en su prepotente inter­vención en Haití, haciendo de policía internacional y poniendo en ridículo a la OEA, nada abonan en favor del coloso imperial. Sin embargo, vale el hecho para un análisis interno de los límites que debieran respetar los jefes de Estado y que en América Latina no respetan, por lo que la reelección en estas naciones se transforma en un trampolín a la perpetuidad monárquica.
Los bienes del Estado, en todo país bien constituido, institucionalizado, no son propiedad de los mandatarios ni pue­de dárseles el uso que a éstos les venga en gana. Como ocurrió, por ejemplo, con un barco de guerra movilizado para custodiar un paseo marino de los hijos del jefe de Estado, ingeniero Fujimori. Y si los mandatarios no deben darles a los bienes de la nación uso diferente al que la ley establece, mucho menos deberían echar mano a la propiedad particular o a la de otros estados, que dan apoyos con fines específicos. Racionalmente no es lógico desviar el empleo de un helicópte­ro, destinado a combatir el narcotráfico, a visitas de saludo y reparto de almana­ques... Pero no sigamos con el tema, porque tan cómico es ver a EE.UU. em­pantanado en Haití, cual elefante deses­perado por aplastar un mosquito, como contemplar a nuestro folclórico jefe de Estado, cubierto de ponchos y chullos, afanado en repartir regalos para com­prar su reelección. Arbitrar entre dos extravagancias es perderse en el vacío.

Las otras dos noticias de la semana son diametralmente opuestas entre ellas. Una es de celebración, de fiesta, de orgu­llo nacional. La otra es una tragedia ho­rrenda, es la dolorosa realidad peruana que nos explota en la cara.

¡Cómo no va a ser hecho jubiloso para todos que el banco Wiese haya logrado presencia, con la bandera del Perú al lado, en la Bolsa de Nueva York! Pero si es motivo de alegría el triunfo internacio­nal de un banco que surgió de la imagina­ción y capacidad empresarial de don Augusto Wiese y la tesonera dirección técnica de don Rafael de Orbegozo, es ocasión para derramar lágrimas de rabia al enterarnos, por un diplomático extranjero, transido de dolor, que ha muer­to de tuberculosis -¡de TBC al borde del siglo XXI!- un joven genio peruano, alumno de una importante universidad.

Los señores de Expreso pueden estar satisfechos. El Joven Wilfredo Ruiz ha muerto tuberculoso porque en el Perú se está cumpliendo con rigidez militar su consejo de que no haya excepción algu­na en materia tributaria, por lo que las medicinas para la TBC pagan 18% de IGV, haciéndolas inalcanzables para los pobres como Wilfredo Ruiz, un mucha­cho de pueblo con una inteligencia superdotada, que había quebrado todas las tablas de medición en los exámenes de ingreso a las universidades. Tampoco se libran del 18% de IGV, para satisfacción de Expreso; la leche, los huevos, el pan, que pudieron salvar de la muerte a Wil­fredo Ruiz. Pero al pobre de Wilfredo Ruiz sólo le sobraba inteligencia pura, no terna la viveza, la cintura intelectual, la picardía comercial’ de los hombres de Expreso. Wilfredo Ruiz no habría podi­do convencer a los militares, como lo ha hecho Expreso, para que ellos, los mili­tares, le proporcionen el dinero para pagar sus impuestos. Y no es que yo esté alucinado. No. Lo que cuento está comprobado en las propias páginas de Ex­preso. El Ejército, que nada tiene que divulgar, no sólo publica constantemen­te avisos en el diario de Orejuelas. Tam­bién da cabida a suplementos -a todo color- colocando al general Nicola di Bari en olor de santidad y mezclando a los dos más connotados miembros del Jurado Nacional de Elecciones con los jefes militares “que controlarán el proce­so electoral”, frase textual pronunciada por el ministro de Defensa en el CCD. Se trata de los doctores Nugent y Muñoz, justo los dos integrantes de ese jurado con historial nada santo, ligado a los ‘controladores’ del proceso. El suplemen­to del que hablo es de anteayer, sábado veinticuatro. ¿Cuánto pagó Nicola di Bari por él? No con su plata, por supuesto, ni con la de Fujimori, sino con el dinero que el pueblo le entrega al Estado cada vez que compra (con 18% de IGV) una medicina, un pan, un huevo, un vaso de leche, todas esas pequeñas cosas que hubieran servido para que Wilfredo Ruiz no muera y su cerebro privilegiado no se extinguiera an­tes de haber dado frutos a la patria.

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