viernes, 10 de abril de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL - ¿Quién manda en el Perú? – Revista Oiga 19/12/1994


En el Perú, hoy, el consumo per cápita de alimentos apenas llega a la mitad de lo que se consumía hace veinte años y los peruanos de hoy, que antes tampoco se distinguían por ser buenos lectores –leían apenas un libro y medio al año–, han bajado su lectura a un cuarto de libro al año. Dos datos estadísticos que, pese a todas las limitaciones y distorsiones de esta ‘ciencia’, debiera hacernos dudar del ‘milagro’ peruano pregonado por un régimen que, sin duda, ha hecho mucho más ricos a los ricos –aunque no los haya hecho más lectores– y mucho más pobres y desnutridos a los pobres de siem­pre, añadiendo a la clase media a las legiones de marginados de la lectura y la alimentación. Estamos en un país curiosísimo, en el que crece la riqueza de algunos y donde se prohíbe leer y comer. Y también curarse, porque los enfermos están obligados a pagar 18% de impuesto a la compra de medicinas. Impuesto (IGV) criminal del que tampo­co se libran los libros, los periódicos y los alimentos básicos. Como si matar de hambre y embrutecer a los pobres y á los enfermos –a la mayoría de este país– fuera meta económica racional.

No faltará quien se pregunte ¿por qué no volvemos a los métodos, mucho más eficaces, de los espartanos y, sin más trámites, no eliminamos a los po­bres y a los enfermos, a todo el peso muerto de la sociedad? Eso sí sería récord de eficiencia y sería ésta una nación sólo de ricos.

En lo que la estadística peruana de hoy falla, por falta de datos, es en el terreno de la moralidad. No puede tra­zar sus líneas de alzas y bajas porque, sencillamente, en este régimen no ha sido descubierto oficialmente un solo caso de corrupción, ni ha habido, por lo tanto, un solo castigado. Lo que no quiere decir que la inmoralidad no cam­pee. Ahí están las denuncias de la seño­ra Higuchi que nadie ha querido inves­tigar en serio. Ahí está la termoeléctri­ca de Ventanilla sobre la que los seño­res Okama y Yoshiyama guardan se­pulcral silencio; porque, al decir de los técnicos, no tienen cómo explicar la compra de las dos turbinas de esa plan­ta. Dos turbinas que han costado, al fisco peruano, su peso en oro. Por ahí andan paseándose, alegremente, los picaronazos Susano y Ross, sin que la Fiscalía ni la Contraloría hayan movido un dedo para investigar las puntuales acusaciones que se les hicieron. Ahí está la documentada investigación so­bre las picaronadas del ministro Vittor...y no pasó nada. Sólo se persi­gue –judicialmente– a la socia de Vittor, la señora Kcomt de Figueroa, que no ha sido funcionaria pública y no puede haber cometido, como es lógico, el delito de concusión, del que es acusada por el eficiente gobierno de Fujimori. Ahí está el señor Carlos Suboyama, sembrador de redes eléctricas mal instaladas en los llamados ‘pueblos jóvenes’ y hombre de confianza de un régimen que reparte electricidad, en condiciones que deben ser investigadas y que no ha iniciado una sola obra hidroeléctrica en sus cinco años de gestión. Ahí están de ministros personajes cuyas empresas – ahora en manos de sus hijos o sobrinos– han seguido contratando con el Estado. Ahí está, en cárcel perpetua y en perpetuo silencio el nar­cotraficante Vaticano’, convertido en terrorista por arte de magia, para evitar que en un juicio civil y público denuncie’ a sus cómplices de uniforme en el tráfi­co de drogas. ¿Que no es así la figura? Bueno, que se me demuestre lo contra­rio, porque de los hechos conocidos por la prensa, se deduce lo que arriba está escrito.

Tampoco la estadística nos puede revelar qué tipo de régimen gobierna al Perú de hoy, gobierno responsable de los aciertos de que tanto se vanagloria como de los despropósitos y desver­güenzas apenas esbozados en esta nota. Esto del tipo de régimen que go­bierna el país es tema que se adentra en la oscuridad del secreto militar. Y sobre el que sólo caben especulaciones con base en algunos hechos concretos visi­bles y a la interpretación del lenguaje castrense, tan misterioso como los qui­pus, aunque sea muy ruidoso algunas veces. A ese lenguaje pertenece el paseo de helicópteros del otro día, reali­zado para confirmar al señor general Nicola di Bari en el cargo de comandan­te general del Ejército y jefe del Coman­do Conjunto. Un roncar, desde el aire, igual al que produjeron los tanques en las calles de Lima cuando hubo que ordenar al Congreso que echara tierra al crimen de La Cantuta y, luego, que se viera en el fuero militar y no en el civil y menos en juicio abierto.

Pero; ¿qué es lo que ha quedado probado con estas órdenes dictadas con el ruido de los helicópteros o los tan­ques?... Por lo pronto, demasiado in­fantil es creer que estos movimientos se deban a pugnas internas del régimen. Porque, si las hay, apenas tocan su epidermis. El desfile de helicópteros ha sido más bien otra llamada de atención, esta vez dirigida al ‘presidente’ Fujimo­ri, para que nadie olvide la naturaleza castrense del sistema que gobierna el Perú. La Fuerza Armada, como institución, no dio un golpe de Estado, no rompió la Constitución, para entregar el poder al señor Fujimori y marginarse ella en sus cuarteles. Detrás de ese golpe militar hubo y h ay una logia y un proyecto de veinte años –revelado por OIGA hace mucho tiempo atrás–; una logia en funciones y un plan que está en pleno desarrollo. Parte de ese proyecto es mantener como mascarón de proa del Ejecutivo al señor Fujimori y al ge­neral Nicola di Bari cómo cabecilla de la Fuerza Armada. Ese es el, equilibrio -decidido por el Consejo Estratégico del Estado, que es la logia gobernante, in­tegrada por militares y algunos civiles, obligados a mantener el más absoluto anonimato. El día que el general José Valdivia Dueñas –que, según parece, era uno de sus integrantes– comenzó a dar muestras de querer sacar la cara en conversaciones privadas, selló su salida de la logia. El abortado pronunciamien­to constitucionalista de noviembre del 92 fue el pretexto para poner a Valdivia fuera de los cuadros de mando.

El desfile de helicópteros ha sido otra advertencia al país, incluido Fuji­mori, para que no haya dudas sobre quién manda en el país. Y a ese mons­truo de mil desconocidas cabezas es al que tienen que enfrentarse los candida­tos que compiten en este proceso elec­toral, iniciado desde la partida con car­tas marcadas y jueces ad hoc: Fiscalía, Corte Suprema, Jurado Nacional de Elecciones, Contraloría, comandancias militares y el SIN, que es el sistema que todo lo controla.

¿Cómo enfrentar al monstruo y vencerlo? Sólo será posible levantando el espíritu cívico de las multitudes. Y eso no se logrará con políticos desplaza­dos, ni sin energía en la acción a favor de los pobres, de las clases medias, de los marginados por este gobierno. Tam­poco sin la colaboración de los partidos y las organizaciones populares de todo el país, sobre todo de provincias, del Perú olvidado por Lima.

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