jueves, 9 de abril de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Un huaico contra la libertad de prensa – Revista Oiga 28/03/1994


En los últimos meses la atención de todas las administraciones de las empresas periodísticas -todas, salvo excepciones contadísimas que confirman la situación general- han estado y están obsesionadas con el IGV, impuesto a las ventas que, en el caso de la prensa escrita, tiene como intermediarios con el público -que es al que va dirigido el IGV- a los canillitas, a los puesteros, a los más informales de los trabajadores informales, en realidad vendedores volátiles, nómadas de la ciudad, a los que es imposible trasladarles, el cobro del impuesto y que, además, por su trabajo, cobran un porcentaje so­bre el precio de tapa, no sobre la factura -que no hay ni pueda haberla- de la empresa.

Como se ve, no hay impuesto más antitécnico que el IGV a la venta de dia­rios y revistas. Son el único producto que llega al público no por medio de un tendero sino por la mágica y nada técni­ca alfombra de los canillitas. ¿Cómo ha­cer para introducir en el mundo de la facturación a estas mágicas alfombras sin cara conocida, de padres imprecisos, pero con la fuerza suficiente para hacer valer su contrato (no escrito) de porcen­taje sobre el precio de tapa? Sin canilli­tas no hay venta de periódicos ni revis­tas. (En los países muy desarrollados las máquinas los reemplazan y sus sistemas de producción le han quitado encanto a este arte y oficio que es el periodismo, transformándolo en fábrica de noticias y comentarios. Nosotros, por fortuna en estos casos, todavía no somos desarro­llados y aún pueblan nuestras calles esos simpáticos personajes trashumantes que llamamos canillitas).

Pero no sólo antitécnico es el IGV a la venta de periódicos, también es una aberración, porque contra lo que pien­san los ortodoxos, los fanáticos, los poseídos por el liberalismo, todas las reglas hechas por el hombre -y la ciencia eco­nómica es humana, además de inexac­ta- tiene excepciones que, precisamente, confirman la regla. En este paso, la regla de que no debe haber excepciones en materia de impuestos. Regla correcta, justa, ordenadora. Sin embargo, siendo el IGV un impuesto que va dirigido al consumidor y que, por lo tanto, aumen­ta directamente el precio de los produc­tos ¿por qué no será posible, como mí­nimo gesto de solidaridad humana y más cuando el IGV es del 18% como en el Perú, que se haga excepción con las medicinas? Dirán los fanáticos, los pose­sos, que así también se beneficia a los ricos. Pero ¿cuántos son los ricos y en cuánto se benefician con un descuento del 18% en las medicinas? Porcentaje que sí muchísimos pobres no pueden cubrir y por lo que no podrán tomar la medicina que los libre de la enfermedad y de la muerte.

Pero no quiero hacer de esta nota un lamento fúnebre. Volveré, pues, al ini­cio de estas líneas y aclararé que las circunstancias me obligan en estos días a ocuparme de los menesteres adminis­trativos de la empresa, a pesar de lo que muchas veces he dicho: que a mí me administran, que siempre me han administrado. Lo que es cierto. Aunque sin que haya podido librarme de ingresar algunas veces a estos enredosos terre­nos.

Fue esta la razón por la que la sema­na pasada tuve que asistir a una reunión con el señor Alfredo Jalille, el hombre del Tesoro, en la que estuvieron presen­tes y participaron los representantes de todos los medios de prensa de Lima, salvo dos o tres excepciones que uno de los asistentes explicó puntualizando que esos diarios, igual que la TV, reciben de la Sunat suficientes avisos pagados para luego cubrir sus cargas tributarias, sin verse, como todos los demás, en situa­ción de quiebra.

Para que no hubiera malentendidos en la reunión y para que estos asuntos sean transparentes, escribí unos apuntes que ahí, en el ministerio de Economía, leí y que aquí reproduzco:

Para que no se me escape la len­gua, para no caer en desatinos y exabruptos por mi torpeza para ha­blar, voy a leer estas notas, escritas a vuela lápiz:

Por lo que parece -aparte de una anterior a la que asistió nuestra geren­ta- ha habido reuniones previas en otros lugares que no es éste, para lle­gar a acuerdos que no conozco, por­que a esas reuniones OIGA no fue invitada.

Me veo obligado, por lo tanto, a señalar, en primer lugar, que el im­puesto del IGV es injusto, antitécnico, absurdo. Ya esto lo habrán planteado todos mis colegas.

Si el Estado quiere contribuir a la enseñanza popular -se habla de que editemos libros escolares-, si desea formar ciudadanos con educación cívi­ca, lo primero que debe hacer es pro­piciar y no entorpecer con impuestos la difusión de la lectura, de los perió­dicos, que son los libros elementales de la actualidad y más en países em­brionarios como el nuestro.

Por algo la Unión Mundial de la Prensa ha declarado, en setiembre, en Berlín, que “el actual mayor acoso contra la libertad de expresión son los impuestos, que elevan el precio de los periódicos a niveles que los aleja del público”.

El tema no es, pues, local. Es más amplio. Sin embargo, en Alemania el IGV o IVA para la prensa es 6%, en España 3%, algo parecido ocurre en Italia... Mientras que en Francia, Holan­da, Dinamarca y otros países nórdicos el IGV no sólo no existe sino que los perió­dicos tienen subvención estatal.

Ningún otro país en el mundo, a excepción del Chile de Pinochet, se carga con 18% la venta de periódicos y revistas; o sea la difusión de la lectu­ra. (Un reciente intento de hacer lo mismo en Bulgaria ha concluido con el rechazo en pleno de la prensa búl­gara). Por algo están comenzando las protestas en Chile democrático. A pe­sar que los periódicos en Chile, como en la generalidad de los países europeos y en los de América del Norte, están libres -repito- están libres de impuestos de aduana, que aquí son altos y en un momento fueron mayores sólo para las revistas. Chile -hay que recordarlo- es productor de papel periódico. En el Perú el papel nacional es de caña. Un asesino de las rotati­vas. Eso lo sabe bien el presidente del Congreso, el señor Yoshiyama.

El 18% de IGV es una carga más que injusta, es discriminatoria si nos comparamos con la televisión o la ra­dio, que difunden sus mensajes y sus informaciones sin pagar IGV. ¿Por qué ocurre tamaño despropósito? ¿Por qué esa misma difusión, libre de impues­tos en la TV, ha de pagar 18% de IGV cuando se hace por escrito y alienta la lectura del pueblo?

Al estar aquí presente quiero, sin quejarme de nada ni de nadie, puntua­lizar que la situación de OIGA, al te­ner una deuda bastante más pequeña que la de otros, ya que sus atrasos en los pagos son muchos menores, no le permite asociarse al entusiasmo por imprimir separatas y menos libros que -lo digo de paso- serán distribuidos como donación personal por el candi­dato del gobierno. OIGA está limitada a pagar su deuda -deuda injusta y ab­surda, repito- por medio de avisaje que, por lo que parece, es una de las opciones que se habrían acordado en reuniones a las que no he sido invita­do.

Y, algo más: Esa deuda debe ser cancelada a la firma del contrato pu­blicitario, porque, de no ser así, las multas y las moras podrían aplastar­nos como bola de nieve... la bola de nieve o, mejor dicho, en peruano, el huaico de piedras y barro que es el IGV contra la libertad de prensa.

La buena voluntad expresada por el señor Jalilie y otros representantes del gobierno, hacen pensar que habrá solu­ción a esta injustísima situación.

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