viernes, 10 de abril de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – ¡Fuji, Fuji, qué grande sos! – Revista Oiga 1/08/1994


Hace muchos años, en Buenos Aires, vi a Perón agitar unos billetes de dólar ante una inmensa multitud, mientras pre­guntaba: -¿Han visto ustedes alguna vez un dólar?

Y la masa rugiente respondía:

-¡No! ¡No!

-¿Qué nos importa, pues, a los argen­tinos el valor del dólar?

Comentó triunfante Perón mientras arrojaba los billetes a la plaza, como si fueran papeles de basura, y ésta rugía:

- ¡Perón, Perón, que grande sos!

Fue ese un simple acto de demagogia de un caudillo ante una multitud encandilada e ignorante. Fue un gesto para lograr el aplauso fácil, para domar como mago la voluntad del público, para jugar con las masas y hacerse coronar como caudillo, como César.

Naturalmente que el espectáculo de ese día en Buenos Aires me hizo recordar a Mussolini y a las ululantes huestes fascis­tas bajo los balcones del Palacio de Venecia en Roma. Vi a un dictador en acción, haciendo teatro en la plaza pública sobre un tema sumamente delicado como era en aquel entonces la devaluación del peso argentino frente al dólar.

Pero Perón ni otros caudillos se hubie­ran atrevido a ofrecer ese mismo espectáculo ante una asamblea cerrada, ante un Parlamento -Mussolini y Hitler no lo te­nían porque consideraban a los parlamen­tos reliquias inútiles del pasado- o frente a un congreso partidario. Les hubiera pare­cido excesivo trasladar la demagogia de la plaza a una sala, donde alguien podría replicar con la razón o una minoría califi­cada retirarse ofendida por el insulto que semejante gesto significaba a la inteligen­cia y a la dignidad de los presentes.

Aquí en Lima, el señor Fujimori se ha dado el gusto de ejecutar en el Congreso de la República ese acto de prestidigita­ción con los billetes. Es claro que lo ha hecho ante un Parlamento motejado con razón de Constituyente y Democrático, porque no ha constituido otra cosa que la reelección presidencial y de democrático sólo es un remedo.

Fujimori lo que ha hecho el 28 de julio es usar el Congreso como plaza pública para ensayarse como caudillo, haciendo que los cecedistas le sirvieran de multitud. Ha colocado al CCD en el nivel que le fijó al convocarlo. De escupidera presiden­cial. Y con el barato gesto de arrojar papeles al aire en pleno hemiciclo parlamenta­rio, en una ceremonia solemne que es simbólica de nuestra nación como Perú y como República, volvió Fujimori a insistir indirectamente en una tesis varias veces repetida y hace poco expresada verbal­mente en el banquete ofrecido por él al presidente boliviano, Sánchez de Lozada: que nuestro porvenir debemos construirlo borrando las etapas posteriores a nuestro pasado precolombino, borrando a Grau y Cáceres, a San Martín y Bolívar junto con los virreyes; porque la tarea de futuro es renovar el Tahuantinsuyo. O sea borrar el Perú... ¡Bueno, al insinuar todos estos disparates -que se parecen a lo del ‘pasado’ vergonzante del Apra, es de pensar que no sabía lo que estaba diciendo en ese banquete, o que su complejo contra el Perú es de siquiatría!

Tirar billetes por los suelos es gesto demagógico para multitudes. No corres­ponde a- un acto cívico solemne y serio. Además sólo en parte es verdad que hoy valgan más los soles que los intis. Y me explico: es cierto que se está controlando la inflación, pero ni ésta está todavía bajo pleno control, ni es suficiente la baja de la inflación para vivir mejor. Hace algunos años Bolivia la llevó a cero y no cambiaron mucho las penurias bolivianas. Del mismo modo, los bajos salarios y la desocupación galopante hacen del Perú actual una aproximación al infierno y no al paraíso que pintó Fujimori lanzando billetes por los aires en el Congreso.
Según explica en esta edición el econo­mista Pennano y lo hacen otros en diver­sas ocasiones, no es tan maravillosa la política económica fujimorista, limitada a seguir al pie de la letra los dictados del Fondo Monetario. Por lo tanto, si la com­paramos con las políticas de Chile, Argen­tina y México, se comprueba que hemos negociado pésimo nuestra deuda externa y arruinado nuestras exportaciones no tra­dicionales. Y si se ha recuperado la mine­ría, en gran parte gracias al éxito de la lucha antisubversiva -ayudada poderosa­mente por la caída del Muro de Berlín y su consecuente desaparición del marxismo en las universidades-, en el agro se ha pasado de la miseria a la inanición, por falta de apoyo crediticio. Y lo mismo se puede decir si colocamos a un lado la construcción de colegios y al otro la desmoralización y la hambruna del profesora­do.

En cuanto a las privatizaciones, la asombrosa compra de los teléfonos y Entel ha ocultado diversos errores en otras ventas de activos de la Nación -que eso son las privatizaciones- y sirve de cortina de humo a lo que se piensa hacer con Petroperú. Al parecer, si se hace lo que se sospecha, ocurriría algo que podría llegar a ser catastrófico conforme vaya pasando el tiempo.

Tenemos a un jefe de Estado en frenética campaña electoral, construyendo obras que se vean y repartiendo regalos a troche y moche, mientras el despacho presidencial está vacío, sin orientar las soluciones a los problemas nacionales -agro, exportaciones, descentralismo- y sin señalar rumbo en política exterior o distraídamente alentando a Cuba, Haití y Corea del Norte. El gobierno sigue andan­do por inercia, de acuerdo al empujón que recibió del Fondo Monetario y al paso que marca el bombo del Ejército.

De descentralismo y regionalización; aquí no hay nada. Aquí hay puro centralis­mo, concentrado en Fujimori y el Ejército. Tampoco hay institucionalidad alguna. Las únicas instituciones son Fujimori y el Ejér­cito. Y la fiscalización la ordena y manda Fujimori, sin meterse, claro está, con el Ejército. El en persona, sólo él, es la moralización, abrazado a las pillerías del ministro Vittor, a las obras sin licitación, a las facilidades dadas a Zanatti -para que se lleve los aviones de Aeronaves, venda Faucett y sus ganaderías-; abrazado a los militares comprometidos en el narcotráfi­co y a los asesinos de La Cantuta, ascendi­dos a expreso e insistente pedido suyo.

Es claro que hay saldos positivos -¡cómo no lo va a haber después del desas­tre aprista!- y él se encargó de mag­nificarlos y los cecedistas de exaltarlos con sus aplausos. Pero el saldo negativo es horrendo. A la gente no se le convence, se la somete; como se va a someter a los diplomáticos que serán readmitidos en estos días, después de haber sido cesados por abuso y capricho de Palacio. Igual que en otras épocas, como en otras Patrias Nuevas, se construye sin fiscalización, sin planificación, humillando, desmoralizan­do a los peruanos. Formando no ciudadanos sino gente servil y acomodaticia.

Y esto se hace sin grandeza, sin brillo, sin elocuencia, aunque fueren de oropel. Con grotescas imitaciones, como el repar­to al aire de billetes; con mediocridad chicha; con caudillismo bajopontino.

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