lunes, 4 de marzo de 2013


Canta Claro
Por FRANCISCO IGARTUA
CÓMO DEBERÍA SER EL PERIODISMO


Ahora que las navajas de la crítica están afiladísimas y en manos de medio mundo, comenzaré por criticarme, por reconocer que el titulo de este artículo peca de presuntuoso y suficiente. También de inexacto, pues tendría que haber escrito "Cómo creo yo que debería ser el periodismo", con lo que crecería la frase en vanidad y suficiencia. Pero sería más precisa, ya que la intención de este artículo es exponer mis particulares puntos de vista sobre un tema que no he estudiado académicamente pero sí vivido con intensidad. Serán las mías reflexiones de la experiencia y no una docta exposición sobre periodismo, pues los periodistas de antigua escuela no estamos doctorados en nada, apenas somos gente vivida a fondo.

El periodismo como arte y oficio de informar y comentar sobre los hechos que conmueven a la sociedad está siendo desvirtuado hoy por los mercaderes metidos a periodistas. Esto ocurre sobre todo en la televisión, medio que requiere grandes inversiones y ofrece gratificaciones muy excitantes, pues da poder y diversión, la máxima tentación humana. ¡Cómo no caer en ella si te sobra fortuna y apenas eres alfabeto! De allí que los hombres de empresa hayan suplantado al periodista en los canales de televisión y en no pocos periódicos y otros medios. Y de este hecho desgraciado debería partir una autorreforma que restablezca el prestigio de la prensa.

Aunque en toda actividad hay excepciones, sería aconsejable que, como primera medida reformista, las direcciones de todos los medios fueran ocupados por periodistas conscientes de su responsabilidad legal y de sus obligaciones éticas. Lo que no quiere decir que esta determinación pueda ser tomada ni regimentada por algún comité cívico o estatal. Más bien sería resultado de una repensada concepción del periodismo. Mientras que los propietarios y accionistas, como era antes, se dedicarían al negocio, a gerenciar, y al nom-bramiento o remoción justificada del director, único responsable de la línea editorial. Porque tampoco es admisible (mejor dicho sería risible) que el empresario estuviera pintado en la pared.

Sin embargo, siendo las televisoras una especie de rotativa que imprime varios periódicos distintos, habría más de un director por canal. Y, además, seria bueno abrir espacios que uno o varios periodistas podrían alquilar. Se trataría de programas completamente independientes, que los contratantes financiarían comercializando la hora u horas en el aire. Así se acabarían los pleitos de las estrellas del periodismo televisivo con los directorios, pues esas estrellas serian soberanas en el espacio alquilado.

Las direcciones de todos los medios de difusión deberían ser ocupadas por periodistas.

En cuanto a los comités o consejos que se están proponiendo desde una tendencia inquisitorial de izquierda (lo mismo daría si fuera de derecha) es imperativo limitarlos a la protección de los menores y a asuntos de orden doméstico, como precisar horarios para ciertos programas calificados de impropios por la sociedad. Se trata de una tendencia, capitaneada por la Universidad Católica y algunos ministros y parlamentarios, que resucita las mismas concepciones totalitarias que sepultaron a la libertad de expresión en 1974. Hoy, igual que entonces, se exponen con brillo los inocultables y lamentables excesos y pecados del periodismo, pero también igual que en los tiempos de la revolución militar, se proponen y exigen remedios aparentemente sensatos que impajaritablemente resultarán mucho peores que la enfermedad. Tiene enormes defectos la libertad de prensa, nadie lo niega; sin embargo, todo tipo de control sobre ella, tarde o temprano en este o en un próximo gobierno, acabará por transformar a la prensa en insípidos boletines estatales. Así ha sido siempre. Y no veo por qué han de cambiar las cosas. No veo cómo lo mismo que ayer resultó un desastre para la libertad no ha de tener mañana el mismo resultado.

Para la libertad de expresión no hay otro limite (hay que repetido hasta el cansancio) que los códigos en uso y el tribunal de honor del Consejo de la Prensa, un consejo que podría ser ampliado. El periodismo no está por encima de la ley; al contrarío, los delitos se hacen muchísimo más graves cuando se cometen a través de los medios de comunicación. Y con este criterio debieran actuar los jueces, desgraciadamente hasta hoy sometidos a la presión del poder, poder del que la prensa es parte, aunque opositora algunas veces.

Ese espíritu inquisitorial de izquierda (repito que sería lo mismo si fuera de derecha) es el animador del proyecto de ley sobre radio y televisión presentado por el Ejecutivo al Parlamento. Un proyecto que comienza consagrando un viejo y falso presupuesto: que el periodismo es un "servicio público", principio del cual se derivan los derechos de los "usuarios" y la intervención estatal en defensa de ellos a través de Indecopi. Pero el periodismo no es un servicio público, no es taxi, teléfono, luz o baja policía, es otra cosa, muy distinta, es un medio de difusión "al servicio del público", que lo lee, lo escucha o lo ve cuando le da la gana, sin que el gobierno ni autoridad alguna pueda intervenir en esta libérrima relación.

Desde una tendencia inquisitorial de izquierda (lo mismo daría que fuera de derecha) se quiere imponer una prensa manipulable por el Estado.

Y lo que ya produce espanto es cuando el proyecto de ley indica que las radios y televisoras pueden ver canceladas sus licencias si no "contribuyen a la formación política ciudadana", si no "fortalecen la identidad e integración nacional", si no "defienden a la familia" y no "difunden nuestros valores". ¿Será posible mayor vaguedad para describir delitos?... Pero más aun. Como si lo anterior fuera poco, la Universidad Católica añade un "consejo independiente del Estado" con potestad para juzgar qué es verdad y mentira en las informaciones y comentarios; los que además (no pueden sino imperativamente deben ser) "plurales" y tocar lo "relevante". ¡Verdad y mentira, pluralidad y relevancia sujetas al criterio de un consejo que reemplazaría a Dios, pues sólo El conoce la verdad! ¿Se puede concebir algo más delirante a inicios del siglo XXI?

Fuente:

FONDO EDITORIAL PERIODISTICA OIGA

10 comentarios:

  1. Ahora que las navajas de la crítica están afiladísimas y en manos de medio mundo, comenzaré por criticarme, por reconocer que el titulo de este artículo peca de presuntuoso y suficiente. También de inexacto, pues tendría que haber escrito "Cómo creo yo que debería ser el periodismo", con lo que crecería la frase en vanidad y suficiencia. Pero sería más precisa, ya que la intención de este artículo es exponer mis particulares puntos de vista sobre un tema que no he estudiado académicamente pero sí vivido con intensidad. Serán las mías reflexiones de la experiencia y no una docta exposición sobre periodismo, pues los periodistas de antigua escuela no estamos doctorados en nada, apenas somos gente vivida a fondo.

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  2. El periodismo como arte y oficio de informar y comentar sobre los hechos que conmueven a la sociedad está siendo desvirtuado hoy por los mercaderes metidos a periodistas. Esto ocurre sobre todo en la televisión, medio que requiere grandes inversiones y ofrece gratificaciones muy excitantes, pues da poder y diversión, la máxima tentación humana. ¡Cómo no caer en ella si te sobra fortuna y apenas eres alfabeto! De allí que los hombres de empresa hayan suplantado al periodista en los canales de televisión y en no pocos periódicos y otros medios. Y de este hecho desgraciado debería partir una autorreforma que restablezca el prestigio de la prensa.

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  3. Aunque en toda actividad hay excepciones, sería aconsejable que, como primera medida reformista, las direcciones de todos los medios fueran ocupados por periodistas conscientes de su responsabilidad legal y de sus obligaciones éticas. Lo que no quiere decir que esta determinación pueda ser tomada ni regimentada por algún comité cívico o estatal. Más bien sería resultado de una repensada concepción del periodismo. Mientras que los propietarios y accionistas, como era antes, se dedicarían al negocio, a gerenciar, y al nom-bramiento o remoción justificada del director, único responsable de la línea editorial. Porque tampoco es admisible (mejor dicho sería risible) que el empresario estuviera pintado en la pared.

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  4. Sin embargo, siendo las televisoras una especie de rotativa que imprime varios periódicos distintos, habría más de un director por canal. Y, además, seria bueno abrir espacios que uno o varios periodistas podrían alquilar. Se trataría de programas completamente independientes, que los contratantes financiarían comercializando la hora u horas en el aire. Así se acabarían los pleitos de las estrellas del periodismo televisivo con los directorios, pues esas estrellas serian soberanas en el espacio alquilado.

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  5. Las direcciones de todos los medios de difusión deberían ser ocupadas por periodistas.

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  6. En cuanto a los comités o consejos que se están proponiendo desde una tendencia inquisitorial de izquierda (lo mismo daría si fuera de derecha) es imperativo limitarlos a la protección de los menores y a asuntos de orden doméstico, como precisar horarios para ciertos programas calificados de impropios por la sociedad. Se trata de una tendencia, capitaneada por la Universidad Católica y algunos ministros y parlamentarios, que resucita las mismas concepciones totalitarias que sepultaron a la libertad de expresión en 1974. Hoy, igual que entonces, se exponen con brillo los inocultables y lamentables excesos y pecados del periodismo, pero también igual que en los tiempos de la revolución militar, se proponen y exigen remedios aparentemente sensatos que impajaritablemente resultarán mucho peores que la enfermedad. Tiene enormes defectos la libertad de prensa, nadie lo niega; sin embargo, todo tipo de control sobre ella, tarde o temprano en este o en un próximo gobierno, acabará por transformar a la prensa en insípidos boletines estatales. Así ha sido siempre. Y no veo por qué han de cambiar las cosas. No veo cómo lo mismo que ayer resultó un desastre para la libertad no ha de tener mañana el mismo resultado.

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  7. Para la libertad de expresión no hay otro limite (hay que repetido hasta el cansancio) que los códigos en uso y el tribunal de honor del Consejo de la Prensa, un consejo que podría ser ampliado. El periodismo no está por encima de la ley; al contrarío, los delitos se hacen muchísimo más graves cuando se cometen a través de los medios de comunicación. Y con este criterio debieran actuar los jueces, desgraciadamente hasta hoy sometidos a la presión del poder, poder del que la prensa es parte, aunque opositora algunas veces.

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  8. Ese espíritu inquisitorial de izquierda (repito que sería lo mismo si fuera de derecha) es el animador del proyecto de ley sobre radio y televisión presentado por el Ejecutivo al Parlamento. Un proyecto que comienza consagrando un viejo y falso presupuesto: que el periodismo es un "servicio público", principio del cual se derivan los derechos de los "usuarios" y la intervención estatal en defensa de ellos a través de Indecopi. Pero el periodismo no es un servicio público, no es taxi, teléfono, luz o baja policía, es otra cosa, muy distinta, es un medio de difusión "al servicio del público", que lo lee, lo escucha o lo ve cuando le da la gana, sin que el gobierno ni autoridad alguna pueda intervenir en esta libérrima relación.

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  9. Desde una tendencia inquisitorial de izquierda (lo mismo daría que fuera de derecha) se quiere imponer una prensa manipulable por el Estado.

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  10. Y lo que ya produce espanto es cuando el proyecto de ley indica que las radios y televisoras pueden ver canceladas sus licencias si no "contribuyen a la formación política ciudadana", si no "fortalecen la identidad e integración nacional", si no "defienden a la familia" y no "difunden nuestros valores". ¿Será posible mayor vaguedad para describir delitos?... Pero más aun. Como si lo anterior fuera poco, la Universidad Católica añade un "consejo independiente del Estado" con potestad para juzgar qué es verdad y mentira en las informaciones y comentarios; los que además (no pueden sino imperativamente deben ser) "plurales" y tocar lo "relevante". ¡Verdad y mentira, pluralidad y relevancia sujetas al criterio de un consejo que reemplazaría a Dios, pues sólo El conoce la verdad! ¿Se puede concebir algo más delirante a inicios del siglo XXI?

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