lunes, 11 de marzo de 2013

Canta Claro
Por FRANCISCO IGARTUA
LA CONCERTACIÓN ESTÁ CAYENDO EN UN JUEGO DE ENGAÑOS

Al vigoroso grito de ¡abajo la impunidad! Un importante sector del gobierno se ha lanzado dizque a liquidar a la mafia de la corrupción. Y el hecho es de temer. No por el laudable propósito declarado ni por el grito, de fuerte contenido moral en estas épocas peruvianas en las que las intimidades de la trastienda política han quedado desnudas, más que al estilo griego al de los calatos que se duchan, o duchaban, en los chorrillos de los acantilados de la Costa Verde, sino porque ese grito es engañoso, sea porque algunos se engañan, conmocionados por las inmundicias reveladas en los vladivideos, y otros engañan con el grito y no explican por qué hasta hoy no se le hace una acusación extraditable a Alberto Fujimori, el capo mayor de la mafia. Y también hay quienes engañan porque a lo que aspiran no es a moralizar el país sino a que la toma de los canales de televisión sea en provecho propio, pues es fácil advertir que el riesgo del silenciamiento de los canales 4 y 5 no ha desaparecido. Con el doble significado de lo expresado por el presidente Toledo en Tumbes, ni siquiera es seguro que no se produzca la captura prepotente de esos medios, mientras sigue firme la amenaza de una leguleyada judicial para concretar la toma de una torta al parecer muy deseada por amigos del Mandatario.

En este asunto no está en discusión que los ampayados con las manos en la masa de dólares sean castigados con severidad extrema (la severidad de la ley se supone) y hasta intervenidas judicialmente sus empresas. Lo que los periodistas rechazamos en nombre de la libertad de expresión y en defensa del estado de derecho, basamento de la democracia, es que por medio de resoluciones ministeriales o argucias judiciales el gobierno saque del camino a medios de expresión que le son incómodos y a los que acusa de estar conspirando sin presentar una sola prueba del delito, pues complotar es un delito gravísimo. Los periodistas, puestos de lado y que muestran repugnancias por la trayectoria de muchos canales durante el fujimorato, vemos con preocupación este episodio, porque sórdidas experiencias pasadas nos han hecho entender que dar gusto al poder de turno es negar la esencia de este arte y oficio de informar y opinar con libertad.

Angustiados presenciamos como la concertación se va transformando en un baile de máscaras.

Se trata, dicen los asesores presidenciales que ven el tema, de que la televisión no informe "con falsedad". Y a la vez dan a entender que en el futuro las noticias serán "verdaderas", porque los canales anatematizados serán dados en licitación transparente a los que ganen con limpieza. ¡Otro cuento, otro engaño, pues desde ahora se puede apostar quiénes serán los favorecidos en esa licitación!

Como siempre, como ocurrió en 1974, los vicios e infinitas imperfecciones de la libertad de expresión volverán a servir de pretexto para justificar remedios que siempre han resultado y seguirán resultando peores que la enfermedad que se pretende curar.

Pero este juego de engaños engañadores y engañados (que no es el sutil y elevado juego de abalorios de los enclaustrados de Hernann Hesse), este turbio juego de trampas y mentiras también se está dando en otro terreno de vital importancia para el destino patrio; el de la necesaria concertación nacional en torno a la presidencia de Alejandro Toledo, el escogido por el pueblo para gobernarnos los cinco años de su mandato.

Hay que llevar mucha ponzoña en el alma para no admitir que los líderes políticos del momento son conscientes de la catástrofe social y económica que el fujimorismo nos ha dejado como herencia. También es absurdo y enfermizo pensar que alguno de ellos desee el fracaso del presidente Toledo. Ninguno de ellos, pues no los creo dementes, sería tan idiota para no advertir que, en la situación que está el Perú, el fracaso de Toledo haría inviable la presidencia del que lo siga (si es que llegamos a nuevas elecciones). Por lo tanto, gustosos u obligados, los líderes políticos peruanos saben que el sostenimiento del régimen no admite discusión y que la mejor, y quién sabe única vía para lograr estabilidad, algo dificilísimo en las circunstancias que vivimos, es la concertación nacional.

Sin embargo, a pesar de esa comprensión generalizada de la realidad, estamos viendo que el juego de los engaños está haciendo que se vayan evaporando las esperanzas de un real acuerdo nacional. Presenciamos angustiados cómo la concertación se va transformando en un baile de máscaras que se celebra día a día en Palacio de Gobierno, con un final público: todos los enmascarados que, por tandas, asisten al baile, salen con la cara lavada a paso de danza y se acercan a los micrófonos palaciegos para expresar ritualmente dos o tres opiniones, las más de las veces ya exprimidas por otros como limón de emolientero.

Esto no es concertación sino circo político, al que no sería de extrañar sean invitados los ídolos del fútbol y las estrellas de la televisión. Y no hay ánimo concertador alguno en el ministro, parlamentario y alto dirigente del partido gobernante que, al intervenir en el conversatorio en tomo a la transición española, afirmó que él concertaba pero no concedía. ¡Como si pudiera haber concertación sin concesiones mutuas! ¡Como si en España la concertación no se hubiera logrado precisamente con base en grandes concesiones, entre otras la de los republicanos, admitiendo que España fuera monarquía y rey el heredero escogido y formado por Franco!

¿Así que concertación sin concesiones y con la soterrada amenaza de un ministro que sueña con meter en la cárcel a uno de los políticos más votados en las ultimas elecciones?

No, esto no es concertación. La verdadera concertación es sin duda muy difícil, pero a la vez es muy simple y precisa. Incide en tres puntos. Primero: respeto el resultado electoral y acuerdo político en cuestiones especificas sobre las cuales gobierno y oposición deben compartir responsabilidades. Segundo: definir lineamientos económicos, sobre bases realistas, que serán asumidos por todos. Tercero: y, por último, llegar a un acuerdo laboral sólido, de largo plazo, en diálogo con empresarios y trabajadores. Todos los otros temas sobran, mejor dicho pueden servir para enriquecer los programas del gobierno, pero no son parte de la concertación, pues si lo fueran la concertación sería un revoltijo, una ilusión inaprensible.

Los líderes políticos peruanos saben que el sostenimiento del régimen no admite discusión.

Claro está, además, que la concertación debiera venir acompañada de cierta dosis de conciliación, que no llegue sin embargo a ser tanta como abandono de posiciones ideológicas ni de legítimas aspiraciones políticas. Concertar no significa congelar al país sino civilizarlo. Así le daremos la mano al desarrollo, un bien fundamental que durante años se nos ha venido escurriendo de las manos.

Fuente:
EDITORIAL PERIODISTICA OIGA

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