sábado, 2 de marzo de 2013



Canta claro

Por FRANCISCO IGARTUA

Lloramos por ti , Argentina

¡Cómo no llorar todos nosotros, americanos del sur, al ver en las pantallas de la televisión a un exultante Saá (que así pasará a la historia este Rodríguez) recibiendo el mando de Argentina, luego de la renuncia del presidente De la Rúa! Sonriente, feliz, cual triunfador de una competencia deportiva, Adolfo Rodríguez Saá reemplazaba a un buen señor al que le quedó demasiado pesada la herencia del peronista Menem. Volteando alegremente las dramáticas y lúgubres páginas de días anteriores, sin el menor respeto por los muertos y heridos caídos a lo largo de un país desesperado, sin conciencia de la tragedia vivida y no concluida, Adolfo Rodríguez Saá se ponía la banda presidencial no con la severidad que exigía el duelo sino con aires de festejo victorioso. ¿Qué victoria? ¿La venganza del justicialismo por la derrota electoral de hace dos años, frente a De la Rúa; venganza orquestada sigilosamente por las gobernaciones?

Este nada edificante acto significa la vuelta al poder del partido peronista, bastante más responsable que el radical de la hecatombe argentina, del país que los americanos del sur exhibíamos ante el mundo como representativo de la pujanza económica, del alto nivel de vida y de cultura, de la belleza urbanística de nuestra América.

Cómo no hemos de llorar, habitantes periféricos de los centros de poder, al constatar que nos va igualando en miseria la nación que fue nuestra insignia de prosperidad. La misma y continuada pauperización nuestra, el mismo desconcierto nuestro frente a la política económica que recomienda el Fondo Monetario, la misma impotencia nuestra frente a los desafíos del mundo moderno sufre hoy Argentina, una nación que al comenzar la Segunda Guerra Mundial mantenía tal grado de desarrollo, tan alta calidad de vida, que parecía imposible que pudiera ser alcanzada por Australia. España o Italia. Tampoco podría haberse    soñado entonces que Argentina caería en la necesidad de ser asistida por un organismo internacional dedicado principalmente a lanzarles boyas de salvación, con aire controlado, a los países pobres. ¿Cómo, pues, no llorar por Argentina?

¿Qué maldición, qué signo adverso, hizo caer a Argentina en el horror que hoy vive? Es pregunta para economistas y sociólogos, pero a la que yo, con irresponsabilidad de periodista, me lanzaré a responder como observador directo de esa realidad (estuve presente y caí preso el Día de la Lealtad a Evita) y como atento escucha de sabias opiniones expresadas por experimentados amigos que fueron residentes de la bella Buenos Aires. Una ciudad y un país que se crearon fusionando sus paisajes con las riadas de inmigrantes que barcos y barcos fueron dejando a orillas del Río de la Plata. Hecho histórico que hizo a Borges preguntarse: ¿Y fue por ese río de sueñera y de barro / que las proas vinieron a fundarme La patria?

Rodríguez Saá se puso la banda presidencial no con la severidad que el duelo exigía sino con aires de festejo victorioso.

Uno de esos sabios, amigo entrañable, me explicó que entre las muchas causas de la decadencia argentina hay una estructural que está en el fondo de todas ellas. Se trata, me decía Guillermo Hoyos Osores, del sistema federal argentino (ojo con nuestra regionalización), pues gran parte de los tremendos y descontrolados déficit de ese Estado provienen de la disponibilidad para el gasto que tienen las gobernaciones. Y en el abanico de las otras causas que han hecho caer en penosa hondonada a la nación de Irigoyen, hay para mí una que fue y sigue siendo la principal: El delirio barato y torpe desatado por Domingo Perón con el "justicialismo". Ese hábil dominador de multitudes que fue Perón, halló en el pueblo un cómplice ideal para imponer en su país demagógicos sueños de grandeza nacional. Quiso ir contra el mundo dilapidando groseramente los enormes recursos del Estado argentino en proyectos alucinantes como el de industrializar el país por decreto, burocráticamente, con planes insensatos que alucinaban a las masas, creyentes en los poderes mágicos de Perón y Evita. Las fábricas, por ejemplo, se podían levantar arbitrariamente desde la Casa Rosada, con dinero del Estado en manos de burócratas fanatizados e ignorantes. ¿No está ahí el origen del desastre?

Otra de las causas, la corrupción (que nunca fue mayor, por ejemplo, que la italiana), ¿qué tanto daño pudo causar a la economía argentina? Bastante, pero no tanto si la comparamos con los delirios de grandeza de Perón y Evita, que venían, además, acompañados de extravagantes corruptelas.

Muchas son las razones que explican cómo un país tan rico, poco poblado, sin analfabetos y con un potencial humano formidable pudo llegar a la mendicidad, pero ninguna más evidente que la huracanada y muy larga presencia de Perón y el "justicialismo" en la Casa Rosada.

¿Cuál habrá sido el pecado común para que el destino haya querido que Argentina acompañe a todos los países latinoamericanos en un mismo y grave dilema: ¿qué es peor, cumplir con el Fondo Monetario o incumplir sus recomendaciones? En los dos casos, hasta ahora, nos ha ido mal. No hay uno solo de nuestros países que se sienta salvado, realmente salvado, por el Fondo; pero el que se ha apartado de él o no ha querido acogerse a él, no le ha ido mejor, ha quedado fuera del circuito financiero, sin moneda, en la más atroz de las inopias.

La única excepción, el país más citado como ejemplo de los beneficios que el Fondo ofrece por buena conducta, Chile, no ha privatizado su mayor riqueza, el cobre, y el Estado chileno no permite la invasión financiera especulativa, a la vez que protege con habilidad japonesa su producción.

No es Chile, por lo tanto, hijo legitimo del Fondo; como tampoco lo son Estados Unidos y los países europeos que tienen barreras protectoras y dispensan subsidios a su agricultura y a otros sectores en aprietos, como es el caso en estos días de las compañías de aviación norteamericanas.

Todas las recetas económicas, tan inciertas como esa incierta ciencia, resultarán buenas o malas de acuerdo a la oportunidad y a la cordura con que se apliquen.

Los gobiernos que están sometidos al Fondo, por obligación de las circunstancias o por decisión libre, todos terminan ofreciendo el mismo cuadro: finanzas ordenadas, reservas importantes, créditos abiertos, pero sin exhibir hasta ahora avance alguno en la economía popular; al contrario, el retroceso en sueldos y calidad de vida es incesante, mientras que el hambre, la desocupación y el humillante subempleo (mendicidad camuflada) crece y crece, al mismo ritmo que la deuda "eterna". ¿Es éste un buen orden económico?

En tan tremenda desgracia ha caído la ayer próspera y pujante Argentina, a pesar del monitoreo del Fondo y, en parte, también por culpa de ese madrinaje. Sin embargo, sería cómico que buscáramos allí la raíz de sus males, ya que todas las recetas económicas, tan inciertas como esa incierta ciencia, resultarán buenas o malas de acuerdo a la oportunidad en que se apliquen y, naturalmente, si se aplican o no con cordura e inteligencia ¿El justicialismo, con cara de Menem, Puerta o Saá, salvará del naufragio a esa república que fue nuestro estandarte cuando en el extranjero todos éramos sudamericanos y el tango nos hacía lagrimear? Hoy lloramos por ti, Argentina.

Fuente:

FONDO EDITORIAL PERIODISTICA OIGA
Diario CORREO, 30 diciembre 2001

14 comentarios:

  1. Lloramos por ti , Argentina

    ¡Cómo no llorar todos nosotros, americanos del sur, al ver en las pantallas de la televisión a un exultante Saá (que así pasará a la historia este Rodríguez) recibiendo el mando de Argentina, luego de la renuncia del presidente De la Rúa! Sonriente, feliz, cual triunfador de una competencia deportiva, Adolfo Rodríguez Saá reemplazaba a un buen señor al que le quedó demasiado pesada la herencia del peronista Menem. Volteando alegremente las dramáticas y lúgubres páginas de días anteriores, sin el menor respeto por los muertos y heridos caídos a lo largo de un país desesperado, sin conciencia de la tragedia vivida y no concluida, Adolfo Rodríguez Saá se ponía la banda presidencial no con la severidad que exigía el duelo sino con aires de festejo victorioso. ¿Qué victoria? ¿La venganza del justicialismo por la derrota electoral de hace dos años, frente a De la Rúa; venganza orquestada sigilosamente por las gobernaciones?

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  2. Este nada edificante acto significa la vuelta al poder del partido peronista, bastante más responsable que el radical de la hecatombe argentina, del país que los americanos del sur exhibíamos ante el mundo como representativo de la pujanza económica, del alto nivel de vida y de cultura, de la belleza urbanística de nuestra América.

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  3. Cómo no hemos de llorar, habitantes periféricos de los centros de poder, al constatar que nos va igualando en miseria la nación que fue nuestra insignia de prosperidad. La misma y continuada pauperización nuestra, el mismo desconcierto nuestro frente a la política económica que recomienda el Fondo Monetario, la misma impotencia nuestra frente a los desafíos del mundo moderno sufre hoy Argentina, una nación que al comenzar la Segunda Guerra Mundial mantenía tal grado de desarrollo, tan alta calidad de vida, que parecía imposible que pudiera ser alcanzada por Australia. España o Italia. Tampoco podría haberse soñado entonces que Argentina caería en la necesidad de ser asistida por un organismo internacional dedicado principalmente a lanzarles boyas de salvación, con aire controlado, a los países pobres. ¿Cómo, pues, no llorar por Argentina?

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  4. ¿Qué maldición, qué signo adverso, hizo caer a Argentina en el horror que hoy vive? Es pregunta para economistas y sociólogos, pero a la que yo, con irresponsabilidad de periodista, me lanzaré a responder como observador directo de esa realidad (estuve presente y caí preso el Día de la Lealtad a Evita) y como atento escucha de sabias opiniones expresadas por experimentados amigos que fueron residentes de la bella Buenos Aires. Una ciudad y un país que se crearon fusionando sus paisajes con las riadas de inmigrantes que barcos y barcos fueron dejando a orillas del Río de la Plata. Hecho histórico que hizo a Borges preguntarse: ¿Y fue por ese río de sueñera y de barro / que las proas vinieron a fundarme La patria?

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  5. Rodríguez Saá se puso la banda presidencial no con la severidad que el duelo exigía sino con aires de festejo victorioso.

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  6. Uno de esos sabios, amigo entrañable, me explicó que entre las muchas causas de la decadencia argentina hay una estructural que está en el fondo de todas ellas. Se trata, me decía Guillermo Hoyos Osores, del sistema federal argentino (ojo con nuestra regionalización), pues gran parte de los tremendos y descontrolados déficit de ese Estado provienen de la disponibilidad para el gasto que tienen las gobernaciones. Y en el abanico de las otras causas que han hecho caer en penosa hondonada a la nación de Irigoyen, hay para mí una que fue y sigue siendo la principal: El delirio barato y torpe desatado por Domingo Perón con el "justicialismo". Ese hábil dominador de multitudes que fue Perón, halló en el pueblo un cómplice ideal para imponer en su país demagógicos sueños de grandeza nacional. Quiso ir contra el mundo dilapidando groseramente los enormes recursos del Estado argentino en proyectos alucinantes como el de industrializar el país por decreto, burocráticamente, con planes insensatos que alucinaban a las masas, creyentes en los poderes mágicos de Perón y Evita. Las fábricas, por ejemplo, se podían levantar arbitrariamente desde la Casa Rosada, con dinero del Estado en manos de burócratas fanatizados e ignorantes. ¿No está ahí el origen del desastre?

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  7. Otra de las causas, la corrupción (que nunca fue mayor, por ejemplo, que la italiana), ¿qué tanto daño pudo causar a la economía argentina? Bastante, pero no tanto si la comparamos con los delirios de grandeza de Perón y Evita, que venían, además, acompañados de extravagantes corruptelas.

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  8. Muchas son las razones que explican cómo un país tan rico, poco poblado, sin analfabetos y con un potencial humano formidable pudo llegar a la mendicidad, pero ninguna más evidente que la huracanada y muy larga presencia de Perón y el "justicialismo" en la Casa Rosada.

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  9. ¿Cuál habrá sido el pecado común para que el destino haya querido que Argentina acompañe a todos los países latinoamericanos en un mismo y grave dilema: ¿qué es peor, cumplir con el Fondo Monetario o incumplir sus recomendaciones? En los dos casos, hasta ahora, nos ha ido mal. No hay uno solo de nuestros países que se sienta salvado, realmente salvado, por el Fondo; pero el que se ha apartado de él o no ha querido acogerse a él, no le ha ido mejor, ha quedado fuera del circuito financiero, sin moneda, en la más atroz de las inopias.

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  10. La única excepción, el país más citado como ejemplo de los beneficios que el Fondo ofrece por buena conducta, Chile, no ha privatizado su mayor riqueza, el cobre, y el Estado chileno no permite la invasión financiera especulativa, a la vez que protege con habilidad japonesa su producción.

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  11. No es Chile, por lo tanto, hijo legitimo del Fondo; como tampoco lo son Estados Unidos y los países europeos que tienen barreras protectoras y dispensan subsidios a su agricultura y a otros sectores en aprietos, como es el caso en estos días de las compañías de aviación norteamericanas.

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  12. Todas las recetas económicas, tan inciertas como esa incierta ciencia, resultarán buenas o malas de acuerdo a la oportunidad y a la cordura con que se apliquen.

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  13. Los gobiernos que están sometidos al Fondo, por obligación de las circunstancias o por decisión libre, todos terminan ofreciendo el mismo cuadro: finanzas ordenadas, reservas importantes, créditos abiertos, pero sin exhibir hasta ahora avance alguno en la economía popular; al contrario, el retroceso en sueldos y calidad de vida es incesante, mientras que el hambre, la desocupación y el humillante subempleo (mendicidad camuflada) crece y crece, al mismo ritmo que la deuda "eterna". ¿Es éste un buen orden económico?

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  14. En tan tremenda desgracia ha caído la ayer próspera y pujante Argentina, a pesar del monitoreo del Fondo y, en parte, también por culpa de ese madrinaje. Sin embargo, sería cómico que buscáramos allí la raíz de sus males, ya que todas las recetas económicas, tan inciertas como esa incierta ciencia, resultarán buenas o malas de acuerdo a la oportunidad en que se apliquen y, naturalmente, si se aplican o no con cordura e inteligencia ¿El justicialismo, con cara de Menem, Puerta o Saá, salvará del naufragio a esa república que fue nuestro estandarte cuando en el extranjero todos éramos sudamericanos y el tango nos hacía lagrimear? Hoy lloramos por ti, Argentina.

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